Hoy, no he tenido ninguna duda de que tenía que tratar aquí un tema que “preocupa” particularmente a una de mis nietas. En concreto a la que tiene 4 años.

La cosa empezó cuando la criatura, de camino al colegio, me preguntó que si el tío y la abuela morían, a donde se iban (si es que se iban a alguna parte).

Tener reflexiones sobre la muerte y qué hay después con una niña de esa edad no es tarea fácil. Así que, simplemente, le contesté que cuando se murieran, irían al Cielo.

A continuación, le pregunté si sabía lo que era el Cielo. ¡Pobre de mí! Me dio una gran lección de Teología ya que lo resumió así: allí están Jesús y la Virgen María y se está muy bien.

Yo asentí y le dije que sí, que allí seríamos completamente felices y para siempre y que además íbamos a estar siempre en primera fila pasándonoslo genial. Ahí la lié. Lo de las sillas y la primera fila supuso la siguiente pregunta: “Lolo, sí, ya sé que en el Cielo se está súper bien pero para estar en primera fila ¿habrá sillas suficientes?”

Me dejó descolocado, la verdad. Pero, rápidamente reaccioné. Y le aclaré que, por supuesto, allí hay sillas siempre. Y, cuando llega más gente de lo habitual, suben y ponen más sillas, siempre en primera fila. Hasta el infinito y más allá. Gracias a Dios a su edad no entramos en disquisiciones científicas sobre la finitud o infinitud del número de sillas a colocar y se quedó tranquila.

Algunas reflexiones sobre la muerte

Viene esta reflexión al caso porque llevo una racha totalmente contraria al de aquella película titulada “Cuatro bodas y un funeral”. Porque, un servidor ha entrado en la etapa de cuatro funerales y una boda. Lo que, además, es rigurosamente cierto.

La muerte está siempre ahí y querámoslo o no todos vamos a pasar por ella antes o después. Lo que ocurre es que cuando te pilla desprevenido, y a contrapié, corres el riesgo de rebotarte o enfadarte con Dios. Precisamente, es lo que le pasó a una conocida que me lo soltó en el último funeral al que asistí: “dile a ese Dios tuyo que se busque un aplazamiento”.

Así que entre el aplazamiento y la cuestión de las sillas del Cielo, me gustaría dedicar unas líneas a reflexionar sobre la muerte y lo que hay después.

La perspectiva de que terminar en un crematorio con las cenizas colocadas en diferentes agujeros del monte sirviendo de abono a la semilla de un roble que crezca encima no me atrae demasiado, la verdad. Y la horterada de “abuelito, siempre estarás en nuestro recuerdo y permanecerás vivo en nosotros” tampoco.

Primero porque no me hace ni puñetera gracia que el perro de turno orine en el arbolito de las cenizas del abuelo. Y segundo, porque la vida de un roble me parece muy útil para el cobijo del sol y el alimento de los puercos. Pero, la verdad, terminar así me da un poco de yuyu, sinceramente.

Si a eso le añadimos aquello del muerto al hoyo y el vivo al bollo, ya te digo yo que lo del recuerdo es una muy buena intención de partida que se queda en eso, en una intención siempre incumplida. Porque, a medida que los vivos pasan al estado de cadáver, enterrado o incinerado, la lista acaba siendo interminable. Y, en el mejor de los casos, si eres creyente, como es mi caso, acabas rezando y pidiendo por los difuntos de toda la familia. Porque enumerarlos uno a uno es ya misión imposible.

Bajo tierra en un ataúd o en una urna terminamos todo. El asunto es si todo termina aquí o no. Como diría Shakespeare, “esa es la cuestión”.

La edad importa. Y el “para qué”, también

Ya hay quien nos ha mostrado el camino de la muerte y de lo que hay después. Y se nos olvida que Él, Jesús, de motu propio, obediente a Su Padre, se hizo hombre, asumió nuestra condición humana (en todo menos en el pecado) y se subió al madero de la Cruz voluntariamente, sufriendo el peor de los suplicios y muerte imaginadas en aquel momento. Humillación, muerte, salivazos, flagelación, golpes, insultos. Todo ello a los 33 años, con tan sólo 3 de vida independiente al margen de sus padres, María y José.

Lo de la edad es importante. De hecho, el último fallecido, entre mis conocidos y familiares, estaba en los 60. El primero, apenas pasaba de los 50. “Es que es injusto”, me decía uno. “Estaba en lo mejor de la vida”, me decía otro. Y, sí, ciertamente, estaban en lo mejor de la vida. Ahora, lo de justo o injusto es harina de otro costal.

A nadie se le puede obligar a creer. Pero, Cristo, Jesús de Nazaret, resucitó de entre los muertos. Y esto, lo cambia todo.

Como dice José Mota “pero, y si sí…”

Si tú que lees esto no eres creyente, ¡qué le vamos a hacer!. Ahora, quizá si investigas un poco, lees otro poco, buscas ayuda, abres tu mente y tu corazón y pasas por una lavadora llamada confesonario puede ser que encuentres una cosa que es muy importante y es el “para qué”. No el por qué, sino el PARA qué. Es decir, si estás en esta tierra es PARA algo, no para pasar el rato. Por eso la referencia a la edad es importante.

La muerte de una persona joven, pongamos a partir de los cuarenta, nos causa estupor, horror, pavor, pon el adjetivo más truculento que se te ocurra. Pero ¡oye! Es que Cristo murió en la Cruz, como un criminal, a los 33 añitos y debía ser un tipo con muy buena percha y con más de un metro ochenta.

A veces me asalta la duda de que no sé yo si los fariseos pidieron a Pilato que lo matara sólo por declararse Hijo de Dios o porque estaban muertos de envidia hacia aquel joven. Porque me da a mí que debían de ser todos más bien poquita cosa, tipo Zaqueo, el que se subió a una higuera para poderlo ver. Y se les antojaba que aquel tiarron bien plantado, con un pico de oro, y una mirada de las de quitar el hipo, se llevaba a la gente de calle. Un líder como no ha habido otro. Y claro, les quitaba al personal y encima les recriminaba su fariseísmo. Es decir, su hipocresía.

Unas cuantas preguntas existenciales y una reflexión más

Y así llegamos a la muerte y al “es que me he enfadado con ese Dios”. ¡Ah!

¿Y qué Dios querías?

¿Uno a la medida de tu fariseísmo, de esa hipocresía que todos, en mayor o menos medida, tenemos?

¿Acaso querías un Dios hecho a tu medida o a la mía?

Poca cosa para ser Dios, ¿no te parece?

Lo curioso es que “ese” Dios nos crea. Además, nos hace libres para elegir el bien o el mal. Y, por último, muere en la Cruz en la flor de la vida. A los 33 años. Todo un éxito de vida, vamos.

¿Te animas? Me refiero a morir en la Cruz. Luego viene lo de resucitar, desde luego. Y lo de vencer a la muerte y lo de la muerte no es el final. Pero, primero, muere. ¡Y de qué manera!

Pero es que, además de nacer en un establo, de vivir treinta años haciendo muebles, no se le ocurre otra cosa más que hacer el bien en sus tres años de vida pública. Alimentando a quienes le siguen, curando enfermos, resucitando muertos, como su amigo Lázaro o la hija de un centurión romano, que era enemigo declarado del pueblo. Además, curó a la suegra de su amigo Pedro, que ya tiene miga la cosa… a la suegra nada menos.

En definitiva, de dedicó a amar a amigos y enemigos, salvar prostitutas y perdonar a todos. Y ya, como la guinda del pastel, a un ladrón y criminal que sólo le dice “acuérdate de mí cuando estés en Tu reino”, lo pasaporta de la Cruz al Cielo en un santiamén. Y como quien no quiere la cosa, desde la Cruz perdona a todos los que le han crucificado señalándonos el Camino: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.

Tenemos una función: hacer el bien

Así que sí, tenemos un programa de vida claramente definido. No sabemos cuándo ni cómo nos sobrevendrá la muerte pero sabemos que estamos aquí para hacer el bien. Pero, no sólo para desear hacer, eso es teoría. Sino para hacer el bien, para amar, perdonar, ayudar a todo aquel con quien nos encontremos, sonreír y dejar este mundo siendo un lugar un poco mejor que como nos lo encontramos.

Y si tú, como mi nieta, se pregunta si habrá sillas suficientes en el Cielo, te aseguro (más bien, te garantizo) que sí. Que  siempre hay sillas, comodísimas, todas en primera fila, porque allí no hay filas traseras ni desde las que no se vea bien el escenario.

Ánimo con tu vida, reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria bien rezados por este coach pecador. Cronometrado son exactamente treinta y cuatro segundos, y poco a poco, como quien no quiere la cosa, a medida que vayas rezando esos 34 segundos, tu vida va a cambiar.

Y porque lo diga yo, es que te lo garantiza “ese” Jesús que se subió a la Cruz Él solito, obedeciendo, y pudiendo habernos reducido a todos a la nada absoluta. Él, que era Dios, se hizo igual en todo a nosotros menos en el pecado. ¡Que Dios te bendiga!, querida amiga o amigo que me has leído.

Por supuesto, recuerda que aquí estoy para escucharte y ayudarte, si tú o alguien que conozcas necesita un acompañamiento para afrontar o salir de una situación complicada.