Las dificultades y la desesperación son dos realidades de nuestro día a día que parecería que van unidas y, muchas veces, no parece que haya forma de separarlas.

Como punto de partida, diré que dificultades tenemos todos los días y problemas, también. Todos. Sentimientos tipo “ya-no-puedo-más”, estar “agobiao” o “estoy quemao”, pueden inducir a la confusión. Porque, cuando se llega a este punto, uno ya no sabe dónde comienza la ira, el cansancio o la propia desesperación.

La ira no es desesperación y el cansancio tampoco. La ira es una explosión transitoria, momentánea, rápida y que, tal como viene, se va. Eso sí, conviene que el desagüe y la canalización sean sensatos. Cosa diferente es que haya algo detrás que te tenga atenazado.

Por su parte, el cansancio es eso: cansancio. Cansancio físico, cansancio mental, espiritual y la sensación de que mover un papel o levantarse del sofá y de la televisión te cuestan poco menos que la vida. Pero no son desesperación.

Y la desesperación es un proceso más lento. Algo larvado que te corroe por dentro, que te hace ir hacia un callejón oscuro, negro y, supuestamente, sin salida. Incluye ira, cansancio, sensación de impotencia, tristeza y, por último, falta de sentido vital. Precisamente, es un proceso que puede, por no ver la salida, llevarte a desear la muerte o a consumarla. La propia, la del prójimo o la de ambos.

SADIABUSMERE. La fórmula contra las dificultades y la desesperación

Hecha esta introducción vamos con el SADIABUSMERE, que no es sino el acrónimo compuesto por la primera sílaba de cada una de las siguientes palabras: salir, dialogar, buscar, meditar, relativizar y rezar. Así que cuando vayas viendo que la tristeza se apodera de tu interior y que te comienza a corroer por dentro aplica este proceso:

1 – Salir

En primer lugar, de uno mismo. Huye del sofá como de la peste. Y quien dice huir del sofá te dice asimismo huye de la televisión y de hacer zapping. En el sofá te atontas y con el mando a distancia te vas quedando frito, a oscuras literalmente. Y, cada vez, más triste con la sensación de la pérdida del tiempo. Que el tiempo se te escurra entre las manos como la arena de la playa es algo, muy, muy triste.

Por supuesto, de casa. Sal de casa, date un buen paseo, anda, mira de frente, deja de mirar al suelo, levanta tus ojos al Cielo, mantente erguido. Verás qué de cosas bonitas hay a tu alrededor. Déjate sorprender por quienes y cuanto te rodea. Por cierto, no necesitas irte al campo. Sal de paseo y levanta la mirada si eres de ciudad.

De tu zona de confort. Sal de ti mismo. Ponte retos pequeños, metas intermedias y volantes que, a su vez, te lleven a tu objetivo definitivo.

2 – Dialogar

Hablar con uno mismo. Puedes hacerlo en casa, enfrente del espejo del baño o puedes hablar contigo mismo, incluso por la calle. Mejor moviendo los labios. Te pueden tomar por loco pero lo de que te tomen por loco no es relevante y sí muy gratificante. ¡Verás qué a gusto te quedas!

Con tus amigos. Hay una gran verdad: quien tiene un amigo tiene un tesoro. Abre tu corazón a un buen amigo y … ¡desahógate!

Con tu mejor amigo. Es decir, con tu esposa o esposo. Habla y escucha. O, mejor, escucha primero para poder hablar. Que conste que la frase es también aplicable en el doble sentido para que quien tiene la tentación de dispararse a hablar sin haber terminado de escuchar la frase de su cónyuge refrene a su corcel interior.

3 – Busca ayuda y déjate aconsejar

Desde aquí, te animo a buscar un experto. Que puede ser un director espiritual, un acompañante matrimonial, médico, psicólogo o coach.

Esto de buscar ayuda es muy importante. Primero, porque vas a abrir y descargar tu corazón. Segundo, porque vas a obtener otros puntos de vista. Tercero, porque vas a tener que obedecer, según sea el caso, o seguir unas pautas. Y, si lo haces con un acompañante o coach, interiorizar las pautas que tú mismo vas a descubrir. 

4 – Meditar

Respira. Mira, lo de hacer respiraciones tranquilas, con el diafragma, focalizarte en un punto de cuerpo, tumbarte un rato en la cama boca arriba, recorrer tu cuerpo mentalmente y calmar tus pulsaciones te va a ayudar. Hay muchas técnicas (respiración, música clásica, relajante, etc.) que no pasan por el yoga, ni mucho menos. Con que te pares y respires en profundidad, normalmente vale. Aunque, quizás, no sea suficiente.

Haz ejercicio. Anda, pasea, trota o corre, según tu edad y condición. Hazlo bajo supervisión médica y hazlo mediante una rutina, a poder ser, diaria. El ejercicio regular y regulado libera hormonas y neurotransmisores que nos ayudan a tener mejor salud y sentirnos más felices. La mente descansa y ya sabes que los romanos lo tenían claro: “mens sana in corpore sano”. 

Con la almohada. Lo de la almohada viene al final, que conste. Nunca tomes decisiones precipitadas. Ya sé que es fácil decirlo y muy difícil hacerlo. Pero, es mejor un sueño reparador que una mala contestación o decisión. Ahora, para que el sueño sea reparador, quizás tengas que hablar primero, liberar tu conciencia y, a lo mejor, pasar por el confesionario para que con tu conciencia y tu mente más tranquilas, puedas dormir mejor.

5 – Relativiza y reza (o viceversa)

Mi buen amigo José Ignacio Munilla, Monseñor, dice acertadamente que Dios existe, pero no eres tú. Y es una gran verdad. Ni somos el centro del universo ni tampoco podemos ser los narcisos de turno, todo el día mirándose el ombligo o dándonos vueltas a nosotros mismos. Que es lo mismo que el conjugar el “yo, mí, me, conmigo” con el “es que me apetece”. Con esto vamos al desastre, sin duda. Por cierto, no va a pasar nada si hoy falleces.  El mundo seguirá su curso y todos, tan frescos.

Ríete de ti mismo. Parece mentira lo en serio que nos tomamos y lo poco que nos queremos. Vaya alegre por la vida, hombre, decían un anuncio de bebida espirituosa hace muchos años. No se trata de ir piripis. Pero, no vayas dando pena. Ya te digo que eso de “estarás siempre en nuestro corazón”, queda muy bien en una esquela pero con la experiencia de la vida o te ríes tú o los demás te van a olvidar sí o sí. Y si no pasan página, que de todo hay, algo patológico puede haber por ahí. 

Te compasión… de ti mismo. Recuerda que Dios, que es todo poderoso y todo bondad, que nos ha creado por amor y que nos quiere mucho más que nosotros a nosotros mismos ya sabe cómo somos: frágiles, pecadores, taimados, mentirosillos, etc. Dale a un repaso a fondo al Decálogo y plantéate cual te falta… Me puedes decir que no has matado a nadie. ¿Seguro? ¿Y con la lengua? ¿Con las palabras? Y si me respondes eso de que tú no crees en Dios… Bueno, tampoco pasa nada. Lo importante es que Él sí cree en ti. Y, además, no creer en Dios es anticientífico (bueno, este tema lo dejo para otro artículo). Pero de eso, ya hablaremos otro día.

Para acabar, aunque no creas en Dios, reza. ¿Sabes por qué? Porque si rezas pasan cosas. No es sólo el título de un buen libro que te recomiendo sino que lo he experimentado en propia carne. Rezar, rezar el Rosario, por ejemplo, va a hacer que Dios haga en ti maravillas. ¿No me crees? Bueno, tú prueba y verás. Porque, aunque no seamos el centro del universo tú y yo estamos en el centro del Corazón de Cristo. Insisto, aunque no creas. Reza, al menos por mí, un Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Ya sabes: practica el SADIABUSMERE. Y espero que me cuentes tus resultados. ¡Aquí me tienes!