En este artículo no pienses que voy a hablar del IPC y de la cena de Navidad sino más bien de cómo ser feliz.

Hace poco escuché en la radio lo caro que está todo. El kilo de solomillo, el cordero, el cochinillo, pescados, mariscos y todo tipo de viandas de cara a las celebraciones de Navidad.

El IPC se ha desbocado por la pandemia, el Brexit, la falta de conductores en el transporte, la rotura de suministro de los semiconductores que va a afectar a tablets, smartphones, ordenadores, consolas y, desde luego, a la venta de vehículos.

Nos ha bastado un virus microscópico, malas o cuestionables decisiones en algunos gobiernos, la guerra de las galaxias con el 5G y las baterías eléctricas y una mala planificación empresarial en esta Europa nuestra. La cuestión es, como diría Garci… “volver a empezar”.

Y este volver a empezar me lleva al inicio del artículo. Resulta que, estando todo por las nubes, yo no estoy preocupado ni por la cena o comida de las fiestas navideñas ni, mucho menos, por si vamos a cambiar de móvil o de Tablet. O por si vamos a poner una estratosférica pantalla de tamaño sideral.

Reconozco que, al escuchar la noticia, no me ha llamado la atención que, siendo economista, los incrementos en los costes de producción o de transporte se trasladen al precio de venta del producto final. Al fin y al cabo, quien compra y vende tiene que obtener un margen. Otra cosa es el precio sea asequible para el común de los mortales.

Y voy yo, que soy una persona que tiende a la preocupación en demasía y resulta que no me importa.

Así que, querido lector, si quieres vivir estos próximos días sin tanto agobio, sigue leyendo.

Total que, subía yo para casa del garaje, que es donde he oído tan terrible noticia, y no me encontraba ni preocupado ni angustiado. Casi he estado a punto de llamar al médico y preguntarle, ¿qué me pasa doctor?

Cómo ser feliz en Navidad. Lo que de verdad importa

Como decía, me he dado cuenta de que la cena de Navidad, la de Nochevieja y las comidas que se suceden hasta Reyes me importaban, y me siguen importando, un bledo. Así que no, no me preocupa el precio de la cesta de la compra. Ni si se trata del cordero, la mejor merluza, un buen besugo, o un buen solomillo. Y no es que no me gusten, que me gustan a rabiar. Pero…

El “pero” con puntos suspensivos es que de manera casi inmediata me ha venido a la mente que lo que yo quiero, lo que quiere mi mujer, lo que quieren mis hijos y nietos no es que nos gastemos un dineral en viandas, ni en nuevos teléfonos móviles, o en un televisor más y más grande. Sino que lo que queremos todos en esta familia es, ¡eso! Estar y disfrutar en familia.

No voy a dar muchas pistas sobre lo que vamos a trasegar en estos días, no vaya a ser que la coliflor o una merluza congelada suban de precio (que subirán). Pero ya anticipo que pueden ser desde unas buenas verduras de las que hay todo el año envasadas en el súper, hasta una humilde coliflor o unos macarrones con tomate de bote. Si, además, mi mujer e hijas (artistas ellas porque yo soy incapaz) hacen unos deliciosos postres caseros resulta que padres, hijos y nietos ya hemos cenado o comido. Quizá una botellita de vino y un cava sencillo caigan también entre pecho y espalda.

¿Porque, qué es lo importante? ¿Gastarnos una fortuna en productos que apenas podemos comprar o pasar un buen rato en familia? Ya he dicho que al cordero, al solomillo, al cochinillo, al besugo y a unas buenas angulas (si se pudiera) no se les puede hacer asco alguno. Pero, si no se pueden adquirir, tampoco es cuestión de tirar la casa por la ventana

¿Para qué hablar de los productos tecnológicos y de las depresiones de quienes no pueden adquirirlos por falta de dinero o por falta de disponibilidad en tienda del último “gadget” que nos iba a hacer supuestamente la vida más feliz?

De la F-E-L-I-C-I-D-A-D, con mayúsculas, de la verdadera, hablaré en otro artículo.  Hoy me limito a dejar constancia de un hecho: el consumo no te va a hacer más feliz. Tampoco, una comilona. Se puede ser inmensamente feliz con unos macarrones con tomate o con una ensalada. Todo depende de ti y de las personas de las que te rodees. Y si sólo sois dos no dudes que podéis, ser inmensamente felices.

Mi plan navideño para la felicidad

En nuestro caso, en el de mi familia, el programa para la felicidad es muy simple.

#1 – Poner mucho CARIÑO en cada uno de los cuatro puntos siguientes.

#2 – Poner el Belén y bendecirlo, junto con la familia y la casa. Puede ser un Belén de un chino o del todo a cien. La cuestión no es el precio de las figuras sino el cariño al ponerlo y dejar que los peques puedan romper alguna pieza sin armar ningún escándalo. El árbol de Navidad es plegable y se reutiliza de un año para otro. Las luces, eso sí, hay que desenredarlas. Lleva su tiempo.

#3 – Cantar villancicos con unas panderetas baratas y cualquier artilugio semimusical (basta una antigua botella ya vacía de anís o similar, una sartén, el mortero de la abuela (si es de madera mejor), varios cuchillos, algún tenedor y algún vaso barato (por si se rompe con las ansias). Con eso y el cariño de las voces de abuelos, adultos más jóvenes y nietos ya tenemos un orfeón. Y si alguien sabe tocar la guitarra, ya es lo más.

#4 – Recordar el Nacimiento de nuestro Salvador leyendo el Evangelio en Nochebuena al menos. Insisto en esto: no importa que no creas si ese es tu caso. La Navidad empezó como empezó y si tú no crees en Él, resulta que Él si cree en ti.

#5 – Y pasar a la cena con lo que se pueda o con lo que haya. Eso sí, cenando en buena armonía, paz y Gracia de Dios. Gozando de los gritos de los niños que normalmente en esos días se acuestan más tarde, se pongan sus padres como se pongan.

Además, tengo un “sexto punto extra” que voy a compartir. Si tienes la suerte de que todos se van a la cama y te quedas un rato a solas con ese Nacimiento ponte ante Él, mira a la Sagrada Familia y piensa, reza o medita un poco. Verás qué bien duermes. ¡Garantizado!

La felicidad también se esconde en la adversidad

Un gran amigo, enfermo de Parkinson dice, “soy feliz tan sólo con poder levantarme por la mañana y andar”.

¿Qué estas enfermo y te ha tocado estos días pasarlos en la enfermedad? Pues le dices a la enfermedad: “¡oye!, que el enfermo eres tú, la enfermedad. Yo no”. Que te puedes permitir unos extras, ¡adelante!. ¿Que no te los puedes permitir? No dejes que eso te agüe las fiestas. Disfrútalas estés donde estés.

Y no te olvides de que tenemos al prójimo en cada esquina. Personas que ni tan siquiera pueden cenar en familia, pobres de solemnidad, enfermos graves en los hospitales y más de las tres cuartas partes de los habitantes del planeta sumidos en la pobreza.

¡Fíjate! Cuando un misionero o un cooperante vuelven de cualquier país, donde un niño es feliz con una caja de cartón, sin ropa ni zapatos, lo primero que te dicen es que a pesar de la falta de bienes materiales los niños sonríen. Claro que hay lágrimas, no lo vamos a negar. Pero, si tú que me lees, vives, como yo, en esta sociedad cegada por un materialismo que nos embota los sentidos y el alma, recuerda: me quedo con su sonrisa.

Simplifica tu vida. Vive y disfruta

Finalmente, te diré como coach especializado en coaching familiar, que la felicidad no está en un “carpe diem” sin sentido sino en el “para qué” de tu existencia. En el “a quien” voy a hacer feliz hoy. Te garantizo que el retorno de esa pequeña inversión en Amor es gigantesco.

Te propongo regresar al origen de la Navidad. Vuelve tus ojos hacia la maravilla de un Dios que se hace niño y nace en un pesebre. Sin cena, sin tablet y sin teléfono móvil pero lleno de amor para ti y para mí. Para todos nosotros. Deja volar tu imaginación y con cosas muy simples serás más feliz y harás más felices a todos los que te rodean.

Es mi deseo para ti ante estas próximas fiestas de Navidad.