La responsabilidad empresarial y en el trabajo es tan importante como la responsabilidad entendida y vivida a nivel personal y familiar.

A este respecto, el diccionario señala que responsable, empresarialmente hablando, es la “persona que tiene a su cargo la dirección y vigilancia del trabajo en fábricas, establecimientos, oficinas, inmuebles, etc.”. Porque, al final, si sucede un accidente en una empresa la responsabilidad recae sobre la persona encargada de la vigilancia de la salud, o de la dirección. Con nombre y apellidos, si ésta no ha ejercido diligentemente sus funciones.

Por lo tanto, la responsabilidad no es otra cosa que darnos cuenta de que cada uno de nuestros actos tiene consecuencias. Ya sean estas positivas, negativas o, como pocas veces, neutras Y, de acuerdo con ellas, obra en conciencia asumiendo lo que toca.

Veamos, pues, las dos características principales de la responsabilidad respecto a la persona:

  1. A cada acción personal le corresponde no tanto una reacción sino una consecuencia.
  2. Cada uno es responsable de sus actos y de sus consecuencias. Y responde de ellos.

Una persona es responsable, cuando pone atención en lo que hace o decide.

La empresa, como conjunto de personas que trabajan en equipo (o debieran hacerlo) tiene también una responsabilidad derivada de las personas que la componen. Además de una responsabilidad como organización. En relación a los productos o servicios que pone en el mercado, de las relaciones con los proveedores e instituciones públicas y privadas con las que se relaciona y con la sociedad en su conjunto.

La importancia de la responsabilidad empresarial

Como sabemos, la empresa responde ante la sociedad, clientes y proveedores, sus propios empleados, socios y accionistas. Y de ese “responder” será consciente de que sus actos generarán aceptación o rechazo social. Por ejemplo, no se trata sólo de colocar un yogur de calidad en el supermercado o una serie que atraiga en una plataforma televisiva, sino de responder ante los valores que públicamente promueve la empresa.

Si cuando la empresa, en un maravilloso cuadro enmarcado, pone en letras de oro su Misión, Visión y Valores pero esa misión, esa visión y esos valores son únicamente letras en un cuadro… mal vamos.

Pero peor es que la Misión, Visión y Valores conlleven, por ejemplo, la corrupción moral de niños y jóvenes. Y algún ejemplo cercano tenemos en estos últimos años. No hay más que ver cómo algunas plataformas televisivas se dedican, con empeño, a mostrar lo que de malo puede tener el ser humano (violencia desmedida y cosificación de la persona mediante la hipersexualización de la persona. O, mediante la confusión, que el “bueno de la peli” es el malo de cualquier película clásica). Y, lo que es peor, a “adoctrinar” a los niños en determinadas ideologías que tienen mucho que ver con la conculcación de la más elemental Ley Natural.

La empresa responde ante una sociedad. Y esta sociedad responde a la empresa con la adquisición o no de sus productos o servicios. Por lo tanto, si la empresa se dedica a favorecer determinados tipos de hábitos o a posicionarse ante cuestiones políticamente correctas pero claramente inmorales, la sociedad (en su derecho) puede tratar de boicotear la adquisición de los productos o servicios de esa empresa.

En sentido contrario, si la empresa actúa de una manera neutra ante determinados valores pero con buenos productos. O, mejor aún, si junto a buenos productos actúa, además, con criterios éticamente válidos y con coherencia interna, la sociedad normalmente lo verá, valorará de manera positiva. Y adquirirá los bienes o servicios de dicha empresa.

En definitiva, la responsabilidad empresarial, social y corporativa no es sólo un “quedar bien” ante determinadas corrientes de opinión. Sino un actuar con criterios éticos, “virtuosos”, morales, tanto ante la sociedad como ante los clientes y los propios empleados o trabajadores de la compañía.

El papel de la gerencia. ¿Cuál es su responsabilidad?

Como verás, aquí la palabra “gerencia” está utilizada a propósito. Prefiero hablar de Director, Gerencia o Consejero Delegado. En definitiva, de la persona en quien recae la responsabilidad última de la toma de decisiones. Aunque, luego, esta persona deba dar cuenta de sus acciones a un Comité Ejecutivo, a un Consejo de Administración o a una Junta de Socios o accionistas.

La responsabilidad de la dirección es evidente.

Hasta tal punto que, a nivel de responsabilidades, incluso penales, se habla de la “debida diligencia”. En definitiva, la dirección tiene una responsabilidad sobre el resultado de la empresa (cuenta de resultados) y su patrimonio (balance de situación), y de ahí su responsabilidad ante socios y accionistas.

De esta responsabilidad, de este “tener que dar cuentas” de su gestión, se derivan todas las demás. Para ello, lo primero que debe considerar un directivo, sobre todo si está al frente del negocio, es qué ética tiene.

Y es que la Ética es al directivo lo que el olfato de gol al delantero de un equipo de fútbol. Se tiene o no se tiene. El problema es que si el delantero no mete goles se le sustituye por otro hasta encontrar al que los meta. La cuestión de la falta de olfato ante la ética es más difícil de solucionar.

En primer lugar, porque la ética, la moralidad de las acciones, las virtudes, o la falta de ellas terminan alentando o desalentando al resto del grupo que componen la empresa.

Y, lo que es peor, puede hacer que esa falta de ética, contamine al resto de los directivos y grupos que forman la empresa. Para que cada cual termine haciendo su trabajo de la manera que pueda. Teniendo como única ambición el trepar sin reparar en los damnificados que surjan a su paso. Generando desilusión y frustración en personas con nombres y apellidos.

Por tanto, la responsabilidad en la empresa recae en la persona que tiene a su cargo la dirección y vigilancia del trabajo en fábricas, establecimientos, oficinas, inmuebles, etc. Pero también hemos señalado que responsable es la persona que pone cuidado y atención en lo que hace o decide.Y que se puede poner mucho cuidado y atención en lo que uno decide y ser un perfecto canalla.

De ahí, la importancia de la ética. Sobre todo, en la dirección (puedes conocer aquí como genera equipos un buen líder).

Un buen ejemplo de responsabilidad empresarial y del trabajo

Como hemos visto, la ética implica valores y, sobre todo, virtudes. En alguno de mis artículos anteriores ya indicamos que las virtudes son los valores puestos en práctica. Es pasar de la teoría a la práctica.

Al respecto me contaba hace tiempo una coach de empresa la siguiente anécdota vivida en primera persona. Dicha coach fue contratada para hacer un equipo de alto rendimiento por la dirección de una empresa italiana.

Cuando esta persona se puso a hacer bien su trabajo (recalco la palabra “bien”), comenzó hablando con los empleados, analizando sus inquietudes, viendo sus aspiraciones, calibrando el clima laboral y viendo cómo podía mejorar y hacer crecer al equipo. Estando en esta labor, recibió una llamada por parte de la dirección indicándosele que “no hace falta que profundices tanto”.

La coach en cuestión, ante semejante toque de atención, detectó es que la dirección quería un equipo de alto rendimiento que no cuestionara ni la ética de la dirección, ni la de la empresa. La dirección no se mojaba y lo que quería es que otro hiciera el trabajo sucio de convertir al grupo en un equipo conformado por robots que no cuestionaran nada. La decisión de la coach, según su propia confesión, fue la de decirle “adiós” a la directora.

Y es que dirigir, motivar, liderar, implica responsabilidad. ¡Claro que sí!

Pero, por supuesto, una responsabilidad que tenga en cuenta la moralidad o inmoralidad de las decisiones. Porque responsabilidad sin moralidad es, al fin y al cabo, hacer mal tu trabajo. Y si hacer mal tu trabajo conlleva cumplir los objetivos de la empresa es, entonces la empresa quien te está contaminando a ti, a sus clientes, proveedores, socios y administradores. En definitiva, a la sociedad.

Por otra parte, tenemos a los irresponsables “trepas”. El “trepa” deja su conciencia a un lado y trata de ascender como sea. Puede conseguirlo vendiéndola, lo que ya, de por sí, es un mal negocio. Pero, peor aún es ir dejando heridos o cadáveres a lo largo de tu trayectoria profesional para comprobar que, al final, puede ser un cadáver más.

El trepa, por tanto, debe ser identificado, corregido y, mejor pronto que tarde, puesto en su lugar. Su actuación es nociva en todo momento.

La responsabilidad del empleado

La responsabilidad del empleado consiste en hacer bien su trabajo. Aquello para lo que ha sido contratado, sabiéndose miembro de un grupo, de un equipo, que tiene una tarea común que consiste en ofrecer unos productos o servicios que han de satisfacer las necesidades de los clientes.

Como es normal, si los objetivos de la empresa, de la dirección y del empleado (tanto si tiene un mando intermedio como si se trata del más modesto miembro de la empresa), están alineados, lo lógico es que aumente el rendimiento, mejore la productividad y suba la ilusión por el trabajo bien hecho. Asumiendo cada cual su cuota de responsabilidad. Sin echar balones fuera ni delegar tareas con la excusa de la cadena de mando para quitarse un problema de encima.

La responsabilidad del empleado redunda en la satisfacción del cliente, en la propia satisfacción del empleado. Y, por tanto, en la mejora de los resultados de la empresa.

Todos conocemos empleados que se dejan la piel, que te atienden de maravilla y que dan “ese” paso más allá de sus obligaciones. Sin duda, son los empleados que marcan la diferencia.

Pero, ¿qué esperan estos empleados?

Lógicamente, tener un mínimo de reconocimiento, que no se les ningunee. Se trata no de empleados responsables sino de empleados que ponen todo su talento al servicio de una empresa.

Aquí, entra la responsabilidad de la dirección, del mando superior, para saber, con tacto y buen oficio, reconocer a ese empleado. Para alentarle, mejorar sus condiciones laborales, darle la oportunidad de desarrollar su talento y dejarle actuar sin tener al jefe pendiente de cada uno de sus movimientos.

Porque, recordemos que no hay nada que anule más a una persona y su creatividad que el que se sienta vigilada y controlada. Algunos directivos “irresponsables”, por desconocimiento, por miedo o por ambas cosas, son incapaces de darse cuenta de que mediante la técnica del palo y la zanahoria no van a conseguir sacar nada positivo de las personas a su cargo. Y, desde luego, serán incapaces así de retener y atraer talento a sus organizaciones.

La responsabilidad del becario

En mis tiempos, allá por los años ochenta, salías de la universidad, llegabas a la empresa, eras un pardillo y además… tenías que ir “aprendido” de casa. O sea, tu plan de carrera era ir sorteando obstáculos, demostrar que valías y que podías, además, enseñar.

Para eso habías ido a un colegio-universidad de prestigio y en la empresa no había becarios. Tenía sus defectos el sistema pero también hacía personas fuertes. Era una especie de sistema de selección natural.

En la actualidad, los pobres becarios terminan sus estudios (FP o Universidad) y tienen ya en su curriculum intercambios educativos y culturales erasmistas; una carrera, al menos; un par de “másteres del universo”; estancias en el extranjero; un dominio anglo-hispánico proverbial (por cierto, repleto de faltas de ortografía); no sé cuántos niveles de la A la Z en lenguas vernáculas de Comunidades Autónomas y unas ganas de trabajar enormes para terminar haciéndolo con salarios indignos, en muchos casos.

¡A alguna “Big Company” le metía yo un curso acelerado e intensivo de ética y moral a la vista de cómo estrujan a sus novatos sin el más mínimo pudor!

Pero, por suerte, ahora tenemos becarios.

Y el becario tiene, también, su responsabilidad. A algunos he tenido que entrevistar durante algún proceso de selección. Sólo les pido lo siguiente: cordialidad, capacidad de relacionarse con los demás, ganas de trabajar y capacidad de integrarse en un equipo. Suena simple pero… ¡casi nada!

Y, al mismo tiempo, les señalo: “la cosa más pequeña que se te pida, la más nimia, aquella que te parezca que no tiene importancia es esencial para la empresa”.

Porque, si en una máquina falla el engranaje más pequeño, la máquina deja de funcionar. Si, por ejemplo, la base de datos que te he encargado actualizar con la última legislación se hace con dejadez y sin cuidado, el asesor jurídico puede cometer un error garrafal. Si las llamadas o atención a un cliente se hacen de mala gana, aunque la haya contestado el becario recién llegado, es la imagen de la empresa la que sufre. Así “ad infinitum” podríamos seguir poniendo ejemplos.

Por eso es importante que quien llega a la empresa, aunque sólo sea para un período de tres meses y 300 horas, sea bien acogido y se le haga ver la importancia de su labor. Ni mucho menos, se trata de asustar. Sino de generar empatía y compromiso con la organización a la que se incorpora.

Al mismo tiempo, quien sea su tutor de prácticas debe también permitir ciertos fallos y corregirlos rápidamente. Pero siempre, siempre, con amabilidad. De esta manera los becarios aprenden al mismo tiempo que se hacen más y más responsables.  

La responsabilidad del equipo

Y así, construyendo sobre los cimientos de cada persona, vamos construyendo un equipo.

Primero uno, luego otro. Y, a medida que la empresa crece, más y más equipos. Cada equipo necesita un líder responsable que se comunique con los lideres del resto de equipos en relación con sus funciones.

El líder puede hacer un equipo pero el equipo va a hacer al líder. Humildad, paciencia, fortaleza, sentido de la justicia, prudencia, ecuanimidad, ser capaz de ser el primero en saltar al ruedo. Y mucha comunicación transparente, seria, rigurosa y leal, harán que tu equipo te siga.

Y, así, pasaremos a ver que el equipo tiene sus responsabilidades. Que el equipo debe dar cuentas. Además, que el líder, como el buen militar, es el primero en defender y proteger a su equipo y éste a su líder.

No se trata de adhesiones inquebrantables sino de adhesiones libremente asumidas. Ahí radica el éxito: en la libertad que los miembros de un equipo sientan. Formo parte de un equipo pero soy y me siento libre. De esa forma, con sentido del deber y de la responsabilidad, haré mejor mi trabajo y colaboraré con el resto con honestidad.

Finalmente, el equipo se hace responsable y asume su responsabilidad tanto de forma colectiva como individual.

“Irresponsabilidad medida”. Qué es

Antes de despedirme, quiero detenerme un momento junto a un concepto que acabo de acuñar durante la redacción de este artículo. Me refiero a lo que he llamado, “la irresponsabilidad medida”. Y es aquella conducta nada ética que se practica en algunas empresas, sabiendo que éticamente es reprobable, pero cuyas consecuencias son o pueden ser negativas con unos límites económicos admisibles y normalmente a medio o largo plazo”.

¿Quién de nosotros no ha recibido llamadas a horas intempestivas, vendiéndosenos cambios de operador de telefonía?

¿Alguien ha logrado no picar ante anuncios fraudulentos? Sï, esos en los que nos dicen que hemos sido agraciados con 600 euros y que sólo tenemos que contestar una encuesta para recibirlos. Pero en los que, al cabo de diez minutos de perder el tiempo, nos dicen que «gracias» y que tenemos la oportunidad de ganar esos 600 euros en un sorteo tras haber cedido todos nuestros datos personales.

¿Y, quién no ha tenido que tragarse la mala uva de ver cómo una empresa es incapaz de asumir su responsabilidad ante un defecto o error?

Esto son ejemplos concretos.

Pero, ¿a qué me refiero? ¿Es posible la existencia de la irresponsabilidad medida? Sí. Desgraciadamente es posible.

De ahí que surjan leyes en defensa de los consumidores. La irresponsabilidad medida tiene su origen en la obsolescencia programada. Hasta el punto de que hoy en día las normas legales, en Europa, al menos, exigen que haya repuestos para bienes de consumo duradero durante un número determinado de años.

Pero, con el tiempo,  esta inicial irresponsabilidad ha ido generando variantes más virulentas capaces de auto alimentarse y variar. Al fin y al cabo, la picaresca, que no es sólo, hispánica es tan antigua como la vida misma.

La irresponsabilidad medida es algo así como los hinchas ultras de los fondos Norte y Sur de muchos equipos de fútbol. Están mal vistos, pero son consentidos. Hasta que cometen una falta grave o hacen algún disparate. Entonces, todos, corriendo, desde la sociedad y medios de comunicación hasta la presidencia del equipo entonan el “mea culpa”. Y, una vez confesada la culpa… ¡hasta la próxima! Pero, ojo, que esto que pasa con los equipos de fútbol puede llevarse la reputación y, de paso, a la empresa misma, a la ruina.

No tenemos más que ver cómo algunas firmas usan y abusan de la telemática, de centralitas y del teléfono para vender sus productos. Mediante personas con salarios miserables, sometidas a un estrés indecente y que, una vez has contratado sus productos o servicios, como tengas una queja te someten a un calvario telefónico-robótico en dónde las personas, los seres humanos, han desaparecido como por arte de magia.

Seguro que te suena alguna de estas situaciones. Compañías de telecomunicaciones, empresas bancarias y tarjetas revolving, por ejemplo, abusando del uso de centralitas telefónicas “inteligentes”. Que hacen que el consumidor pierda la paciencia.

Sin duda, es una apuesta segura por perder clientes. Pero no olvidemos que estamos en un mundo global y que los oligopolios, por desgracia, existen.

Así que un último mensaje para terminar: si tu empresa es “irresponsable con medida” tanto a nivel social como personal … ¡cuidado!

Como persona vas a trabajar de forma infeliz. Y, como profesional, desarrollarás tu trabajo en una compañía que, tarde o temprano, tendrá problemas. Ah y, si eres un consumidor recuerda: si pagas, eliges.

Soy consciente de que este tema da para mucho, si tienes dudas sobre tu responsabilidad personal o corporativa, ya sabes que puedes contar desde aquí conmigo. Estaré encantado de ayudarte a sacar lo mejor de ti, de tu equipo o de tu empresa. ¡Aquí me tienes!