Si te preguntase cuál crees que ha sido el mejor coach de la historia, ¿qué me dirías?
El Coaching, tal y como lo entendemos hoy, podríamos fecharlo, más o menos, hacia los años setenta del siglo XX. Aunque, hay quien ve en la Mayéutica socrática y en clásicos como Platón y Aristóteles, un origen de lo que es el Coaching actual. Pero yo, la verdad, cada día me fijo en otra persona como ejemplo de lo que es y aporta un coach. Me refiero a Jesucristo.
El cine es para los coaches un material de primera para ayudar a nuestros clientes, tanto a nivel personal como grupal. Los que peinamos canas recordamos los adjetivos que se fueron poniendo a Jesucristo en los años setenta: líder de masas, mesías liberador de los oprimidos al más puro estilo “Che Guevara”, figura experimental disparatada, superestrella de Hollywood… Tuvieron que llegar Franco Zefirelli en 1974 con su “Jesús de Nazaret” y Mel Gibson en 2004 con “La pasión de Cristo” para poner cordura entre tanto disparate.
Los Evangelios y estas dos películas, que los siguen fiel, histórica y teológicamente, resaltan toda una serie de cuestiones fundamentales en Jesús de Nazaret. Que, además, son totalmente aplicables al coaching, también para los no creyentes.
10 Cuestiones sobre el mejor coach de la historia
1 – Cristo es Dios y es Hombre en todo su Ser. Estas dos naturalezas no se pueden separar.
2 – Cristo redime al Hombre y lo libera del pecado y de la muerte.
3 – Cristo transforma a todo ser humano que le busca o con quien se encuentra deliberadamente. O bien, porque es Él mismo quien se hace el encontradizo.
4 – El fracaso es sólo aparente. La frustración, el desengaño, son sólo ilusiones. La muerte, efectivamente, no es el final. Lo que cuenta es la victoria final.
5 – Cristo busca al hombre, lo encuentra y lo enfrenta a sí mismo. Hace ver a cada ser humano quien es realmente como persona.
6 – Cristo plantea retos, alternativas, preguntas. Las más poderosas que se puedan hacer. Las más poderosas que jamás se hicieron o se harán. El “para qué” definitivo.
7 – Jesús se compadece, camina junto al hombre, es interpelado por él. Y, cuando quiere que insistamos porque aún no ha llegado su hora, atiende la súplica de su Madre: “Hijo, no tienen vino”.
8 – Jesús es pura Misericordia, no se arruga, planta cara. Y lo hace sin levantar la voz: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».
9 – No se deja engañar y plantea parábolas, paradojas. Por ejemplo, ccuando le quieren poner contra las cuerdas y le preguntan «¿Es o no es lícito pagar tributo al César?». A lo cual Jesús, conociendo su malicia, respondió: «¿Por qué me tentáis, hipócritas?. Enseñadme la moneda con que se paga el tributo». Y ellos le mostraron un denario. Y Jesús les dijo: «¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le responden: del César. Entonces les replicó: pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
10 – Jesús es interpelado por el hombre y responde siempre. A cualquier ser humano que se le cruza en su camino, a quien busca porque está sediento del hombre. Como cuando se dirige al buen ladrón crucificado junto a Él: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Hasta ese momento final Cristo busca, acompaña y ama al hombre.
Coaching basado en el diálogo y la persona
¿Qué tiene que ver todo esto con el coaching? TODO.
Si perdemos de vista al ser humano, a la persona, el Coaching no tiene sentido, como no lo tendrían ni la medicina, ni la ciencia, ni ninguna labor humana. Porque todo tiene como finalidad última en esta Tierra el ser humano, el hombre, la mujer, el ser en relación con los demás, el ser interpelado, necesitado. El ser humano que busca desesperadamente la Misericordia, la compañía, el calor de un diálogo, de una conversación de una relación humana profunda.
Que muestra su pobreza, su sufrimiento, su menesterosidad. Si nos olvidamos de esto perdemos la esencia del cristianismo y por ende la del hombre, devorado por su propio miedo, pecado, infidelidad y auto justificación. Se pierde la Esperanza.
Ante este hombre doliente, que sufre, que se levanta, que cae, que se alegra y que llora ¿qué hizo Jesús? ¿Fue Jesús de Nazaret un coach, un acompañante, un guía, un líder? Sí. Y, mucho más.
Escribo estas líneas justo a las puertas de la Semana Santa. En ella, tras el paseo triunfal a lomos de un borrico por Jerusalén recordamos la preparación para la despedida, una última Cena, y por fin, el “fracaso final”. El objetivo de los que se creían en posesión de la verdad absoluta (y de su propio ego) pasaba por eliminar a Cristo.
Para ellos, su victoria fue, aparentemente, aplastante. Jesús, el Hijo de Dios, es asesinado de la manera más cruel y humillante de aquel tiempo: la muerte en la Cruz. Claro que la victoria de sus enemigos, de su enemigo, siendo más concreto, dura sólo tres días. Porque, Cristo resucita, y lo hace mostrándose a una mujer, a sus discípulos. Y, enviándoles su Espíritu.
¿Qué aportó Jesús de Nazaret al Coaching?
Pues bien, el coach ayuda al cliente a sacar lo mejor de sí, a dar lo mejor. Si esto es así, ¿no es justo lo que hizo Cristo en su vida mortal? ¿Qué hizo sino ayudar a las personas a ser transformadas desde lo más profundo de su ser?
Aquí hay un matiz importante: Cristo fue al grano, a lo profundo, a lo más íntimo del hombre. Y las personas por Él acompañadas fueron transformadas desde lo más íntimo de su ser. Nada que ver con el tan de moda, perdóneme quien se sienta aludido, “make up coaching”. No hizo lo que en español he bautizado como “maquillaje coach”. De hecho, que sepamos, no hizo dinámicas de grupo, ni diseñó talleres de coaching, ni se dedicó a dar charlas motivacionales.
Sin embargo, transformó personas, generó felicidad a raudales y fue signo de contradicción. Obviamente, no cayó bien a todo el mundo, sobre todo a los hipócritas. E, incluso, hasta hubo una minoría que “dejándolo todo, le siguió”.
El diálogo como clave imprescindible
Hay una pregunta que me he hecho muchas veces a propósito de la respuesta que los apóstoles le dan a Jesús. En el episodio de la barca y la pesca milagrosa, el Evangelio testimonia que aquellos pescadores “dejándolo todo le siguieron”. O cuando pasa junto a la mesa de Leví, el publicano odiado por los Judíos, recaudador de impuestos para Roma. Lo vio y le dijo: «Sígueme». Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Y cuando se encuentra con Zaqueo, ¿qué le dijo que transformó el corazón de aquel hombre rico?. Primero, se auto invita diciéndole “voy a comer hoy en tu casa”. Y, por ello, vuelve a ser criticado por los “puros” y duros de corazón: “ha entrado a comer en casa de un pecador”. Lo que pasa en medio no lo sabemos (ese diálogo tuvo que ser maravilloso) pero lo que sí sabemos es lo que responde Zaqueo que “se puso en pie ante el Señor y le dijo: Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más”. ¿Cómo serían esos diálogos, esa mirada, esa dulzura? ¿Qué decía a esas personas, que les motivaba a dejarlo todo?
En el proceso de Coaching podemos ver algo del pasado para centrarnos en el presente e ir hacia la meta deseada, hacia el futuro tomando acción. El coaching, es pues, un proceso, que si es bien llevado, es transformante tanto para el cliente, acompañado o coachee como para el coach o acompañante.
¿Y cómo lleva Cristo ese proceso?
Hoy lo sigue llevando igual si te dejas mirar por Él. Veamos: a la mujer del pozo de Siquem le pone de manifiesto todo su pasado, le refleja su presente y le propone un horizonte. Pero no impone nada a nadie. Cristo, a lo más, propone cuando es necesario. Sus propios discípulos se escandalizan porque está hablando con una mujer y, además, de dudosa reputación. Sin embargo, Cristo habla con ella, hace que ésta le abra su corazón. Establece una conexión íntima y deja que ella pregunte por aquello que le preocupa y que le deja siempre sedienta. Permite que ella misma sea consciente, otea levemente en su pasado, le hace ver el presente y le propone dejar de tener sed para siempre. Y, además la transforma en misionera, ya que da testimonio de Él. Como tantos enfermos, leprosos, y abandonados por la sociedad de su tiempo.
Cristo busca al pecador y sana sus enfermedades sí. Pero, sobre todo, sus heridas interiores ¿Cómo lo logra? Mediante el diálogo, la mirada, la ternura y la misericordia. Mediante el Amor.
Desde el presente hacia el futuro y hacia arriba
En todo proceso de Coaching, el pasado está ahí, sí. Puede que necesitemos que el acompañado, el coachee, necesite desahogar ese pasado. Pero, ante todo, debemos conseguir que sea consciente del presente en el que vive. Para que rompa sus ataduras y que, al menos, en un primer momento, atisbe dónde quiere llegar.
Por supuesto, en el proceso, el coach, el acompañante, le ayudará indicándole sus fortalezas. Le mostrará misericordia, apoyo y compañía. Porque será interpelado no por un “caso” sino por una persona concreta con nombre y apellidos. Ayudará a su cliente, a su acompañado, a desbloquear situaciones, a poner en palabras, a verbalizar, aquello que no sabe ni cómo decir.
Y, así, poco a poco, con delicadeza, sin aconsejar más allá de lo justito. Orientándole para que identifique dónde quiere llegar, qué quiere ser y cual es el objeto de su felicidad. Para, finalmente, convertirse en una persona íntegra, profunda y que es llamada e interpelada también por los demás. Convirtiéndose en el eslabón no de una cadena de favores sino de una cadena de servicio humana, adoptando decisiones y acciones concretas allá donde se encuentre.
En todo proceso de coaching hay un diálogo de apertura. ¿De qué quieres hablar?, ¿qué puedo hacer por ti?
Después, hay un diálogo en el que el acompañado pide, reclama una atención y escucha plenas. Aquí, se debe dar espacio al silencio. Es decir, al silencio meditativo que hay que saber gestionar para llegar a la adquisición de la consciencia en el acompañado, a la acción y al trabajo que el coachee debe hacer entre una y otra sesión. Porque, toda sesión debe finalizar con una llamada a la acción concreta.
Ahora bien, insisto en esto, la transformación personal no consiste sólo en parecer mejores sino en SER mejores. Puesto que, sólo así, seremos más felices y haremos felices a los demás. Como es de suponer, esto exige amor, compromiso, generosidad, fidelidad, lealtad, constancia, esfuerzo, ser veraces, no aceptar ir en contra de nuestra conciencia, saber callar y escuchar.
En definitiva: allá donde nos encontremos dar amor. ¡Qué bien lo dice San Juan de la Cruz! “Al atardecer de la vida nos examinarán del amor”.
En definitiva y para concluir: Cristo ha sido, es y será, el mejor Coach de la Historia. No lo ha habido, ni habrá mejor coach que quien nos ha creado, amado y hecho uno como nosotros. Que se despojó de la condición divina y se hizo hombre para acabar resucitando. Pero, primero muriendo en la Cruz. Cristo nos enseña a todos los coaches y acompañantes tres cuestiones esenciales: humildad, misericordia y, siempre, CARIDAD.
Por eso, el objetivo de aquellos que querían y quieren “matar al coach”, a Jesús Coach, a Jesús acompañante, a Jesús Misericordioso, a Jesús Resucitado, es imposible de cumplir. Y, así, quienes acompañemos, seremos también testigos de Su infinito Amor.
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