Aunque nunca nos hayamos detenido a pensar sobre ello, todos tenemos un propósito vital. ¿Alguna vez te has preguntado cuál es tu misión en la vida? ¿Has pensado qué quieres hacer con ella y hacia dónde te diriges? ¿Para qué vives? ¿Qué te hace feliz?

Todas estas pueden ser, y de hecho lo son, preguntas que se plantean en un proceso de Coaching.

Supongamos que la persona a la que acompañamos responde con la siguiente frase:

“Quiero dejar huella en mi vida, crear una familia unida y que mis talentos den fruto. Que allá por donde pase deje paz y alegría. Y quien se acerque a mí salga con una sonrisa y sea más feliz. Mi objetivo en la vida es ser útil, desarrollarme como persona, ayudar a cumplir los objetivos de la empresa o comunidad en la que trabaje, alcanzar la sabiduría y crecer en el ámbito personal, profesional y familiar. Quiero aportar algo a la sociedad y a mi país”.

¿Qué estoy diciendo? ¿A qué me refiero? ¿Por qué hablar de Misión, Visión y Valores? ¿Por qué proyectos y objetivos?

En un proceso de acompañamiento y coaching resulta difícil que la persona acompañada conozca la terminología o la diferencia entre términos como Misión, Visión, Valores, Proyectos y Objetivos.

Nuestro objetivo o propósito vital: la Misión

Si analizamos la frase que planteé hace un momento, lo que tenemos es una Misión que cumplir. Si lo que yo quiero es “devolver y aportar algo a mi país”, si quiero “dejar huella o que mis talentos den fruto” lo que tengo es una misión, un “para qué”. Pero, hasta aquí tenemos un para qué difuso, nada concreto.

La Misión de mi vida puede ser dejar, ciertamente, una huella, algo que sea valioso. Pero, si no lo concretamos, lo valioso se difumina, pospone, procrastina. Se deja para más adelante, hasta llegar al “ya lo haré mañana”.

Si mi Misión es crecer como persona, dejar huella, crear una familia, ayudar al prójimo y ser buena persona, y no desarrollo esa Misión con una Visión y Valores, estableciendo Proyectos que conlleven acciones y objetivos intermedios, lo que tendría son buenas intenciones pero… poco más.

Y, si mi Misión es formar una familia unida, aceptando los hijos que Dios nos dé, educándolos para el Cielo y formar personas éticamente responsables de sus actos, felices y útiles para la sociedad y su país, lo que tengo es algo más concreto. Pero aún debo concretar más.

Por ejemplo: “Quiero formar una familia unida”. ¿Conoces a alguien que crees que comparte tus Valores? ¿Haces algo para salir con esa persona? ¿En qué ambientes te mueves si quieres ser feliz y hacer que los demás sean felices? En definitiva ¿qué haces para que tu Misión en esta vida se cumpla?

Pero, todo esto hay que bajarlo a la tierra.

La importancia del encontrar el “para qué”

La Misión o propósito vital es nuestro para qué. No se trata de por qué estoy aquí. Ni a ti ni a mí nos preguntaron si queríamos estar aquí, en este mundo. Pero, lo cierto es que fuimos concebidos y aquí estamos. Ahora se trata de encontrar ese para qué estamos aquí.

Y en esto consiste nuestra Misión. En descubrir el para qué de nuestra vida aplicándolo a personas concretas.

No hay Misión sin personas. Somos seres en relación, somos seres en encuentro. Y nos encontraremos a nosotros mismos en la medida en que encontremos nuestro para qué relacional con personas. Con Dios, para los que tenemos Fe, en cada uno de los demás.

“Quiero tener una familia unida, con mi esposa o esposo, poder educar en libertad a nuestros hijos, los que libremente y con generosidad podamos tener. También, ayudar a personas jóvenes a encontrar su sentido vital o a matrimonios en dificultades. Quiero ser útil a la sociedad en la que vivo y a mi país. Y, por supuesto, ser feliz por toda la eternidad”.

Bien, esto es una Misión. Esta puede ser la Misión de una persona creyente, como es mi caso. La Misión o propósito nos marca un destino al que queremos llegar en nuestra vida. Algo así como un puerto seguro.

Pongamos un ejemplo. Cuando los conquistadores, aventureros o religiosos fueron al nuevo continente recién descubierto, sus propósitos vitales eran muy diferentes y los puertos a los que llegaban también. Más aún, podían llegar a un pueblo, fundar una ciudad y luego dirigirse a otro punto. Su Misión se iba desarrollando por etapas. Tenían, eso sí, propósitos fundamentales: unos mejorar sus vidas personales o familiares, otros salir de la pobreza o convertirse en nuevos ricos. Y otros, evangelizar.  

Nuestra brújula vital: la Visión

Como es lógico, no es lo mismo una Visión a quince días vista que una a diez años. La Visión nos proporciona la perspectiva que nos da el tiempo: el dónde queremos estar en unos días, en unos meses, en unos años o al final de nuestra vida. Es el ir dando pasos sabiendo hacia donde nos dirigimos en cada momento.

Ciertamente, pasamos muchas veces por la vida como pollos sin cabeza. Como le pasa a Alicia en el País de las Maravillas, en el siguiente diálogo:

Alicia preguntó al gato:

– ¿Podrías decirme, por favor, qué camino he de tomar para salir de aquí?

– Depende mucho del punto adonde quieras ir, contestó el Gato.

– Me da casi igual dónde, dijo Alicia.

– Entonces no importa qué camino sigas, dijo el Gato».

Cuando sabemos hacían dónde nos dirigimos, si nos hemos establecido unos hitos, unos puntos intermedios y un objetivo final, aunque no veamos el camino, lo iremos haciendo. Pero tenemos que tener una brújula, una dirección, un sentido.

La Visión nos va a marcar ese camino. Quizá no del todo pero poco a poco lo iremos haciendo.

Las líneas rojas de nuestra vida. Los Valores

En alguna ocasión, ya he tratado el tema de los Valores (en concreto cómo educar en valores y virtudes a los hijos). Podríamos definirlos como nuestras líneas rojas, nuestras líneas maestras. Aquellas a las que tenemos que ser fieles.

La infidelidad a nuestros Valores nos lleva a la esquizofrenia interior, a la infelicidad y, por desgracia, muchas veces, a la conclusión de que el fin justifica los medios. Lo que parece estar de moda y es el germen de eso que el autor Rino Camilleri considera los “Monstruos de la razón” en su magnífico y recomendable libro.

Hemos hablado de Misión, Visión y Valores pero, ¿cómo aplicamos esto a la persona o a la familia? La respuesta es sencilla: dedicando tiempo para parar, pensar, orar (soy católico y tengo fé) y escribir tanto personal como familiarmente.

En resumen:

Si estamos solos pensaremos individualmente acerca de mi Misión en la vida. Y si estamos en medio de un noviazgo, o ya con la familia formada, pensando con nuestro novio, novia o cónyuge cuál es, o va a ser, nuestra Misión, nuestro Propósito Vital familiar.

Haremos lo mismo con la Visión. ¿Dónde quiero o queremos estar en seis meses, en un año, cuando nuestros hijos se vayan de cada, al final de nuestras vidas?

¿Y con los Valores? ¿Sobre qué valores voy a asentar mi vida, nuestra vida, la de nuestros hijos, la de mi familia?  

Sin duda, para hacer esto hay que pararse, pensar, llevar todo a la oración y escribir aquello que decidamos. Porque, lo que no se escribe se olvida. Te sugiero hacer listas, leerlas en voz alta, repetirlas y aprenderlas. Poco a poco, el contenido de tus listas, breves y concretas, pocos puntos pero con sustancia, lo harás vida. 

¡Ánimo! Como decía Machado, “se hace camino al andar”. Y, ya sabes que aquí me tienes para ayudarte como coach si crees que necesitas un apoyo para encarar esa apasionante ruta que es la vida.