Los que ya tenemos cierta edad recordamos un anuncio que decía “vuelve a casa, vuelve, por Navidad”. Pues bien, hoy te propongo mirar tu interior para hacer balance y «volver a casa».

Debido a la dichosa pandemia alguno sólo podrá hacerlo virtualmente o de manera telemática. Pero, al menos, volvamos a nuestra casa. A nuestro hogar más íntimo. Si no podemos estar físicamente con aquellos que más queremos, al menos, entremos en nuestro interior. Porque eso es, también, volver a casa.

Aprovecho este final de año para que hagamos juntos un pequeño balance y nos planteemos qué queremos hacer el próximo que comienza.

En lo que respecta a este blog, se trata de un espacio en el que encontrar contenido para conocerte mejor, para identificar aquellos aspectos de tu vida que necesitas cambiar y mejorar. Y, en definitiva, para ser feliz y hacer felices a los demás.

En él ya he hablado de valores, de pensar en los demás, de liderazgo, de liderazgo adaptado al COVID, de cómo elaborar una buena charla o sermón, de generosidad y entrega, de humildad, de vocación de servicio. Y esto, a modo de resumen. Así que imagina la de temas interesantes que trataré en próximas publicaciones.

Pero, que esto no te abrume si me sigues o lees. En realidad, aunque hable de muchos temas y aspectos, la verdad es que todo se resume en dos cuestiones: el amor a Dios y el amor a uno mismo.

Así que, en resumen, tan sólo se necesitan 4 cosas para ser feliz. En realidad, sólo una: volver a casa. Al hogar, que es donde nos encontramos con quien más queremos y en donde nos sentimos seguros. Te propongo que leas e interiorices (antes de que acabe el año) lo que significa volver a casa:

  1. CONOCIMIENTO de uno mismo
  2. ACEPTACIÓN de ti mismo (con tus virtudes y defectos)
  3. SUPERACIÓN
  4. AMOR a Dios y a ti mismo

Con cada letra inicial construyes tu “CASA”. Todo lo demás nos puede servir para redactar miles y miles de páginas, libros y más libros. Muchos muy buenos, otros no tanto. Pero la esencia, la tienes en el conocimiento, la aceptación y el espíritu de superación y el amor. Y con estos cuatro pilares ya tienes tu casa. Hogar, dulce hogar.

Te propongo que, juntos, nos aprendamos este acrónimo: CASA en español. Y, si lo preieres en inglés, tan de moda, es un poco diferente pero es lo mismo y se escribe y pronuncia KAOL (Knowledge, Acceptance, Overcoming, Love). It’s up to you. ¡Como prefieras!

Dicho esto, te propongo hacer balance. Y, en segundo lugar, planificar cómo vamos a actuar el próximo año si Dios quiere o D. m. (Dios mediante, que casi no se usa pero yo sí). Ya sabes que soy un poco (sólo un poco) transgresor. O “macarrilla”, como dice mi hermano más joven).

Mirar tu interior. Los 2 primeros cimientos

#1 – Conocimiento

¿Qué hemos hecho? ¿Cómo lo hemos hecho? ¿Con quién nos hemos portado bien o mal? ¿A quién hemos hecho daño? Esto es simplemente para tomar conciencia y ser “conscientes”.

No hay peor cosa que no darse cuenta y pasar superficialmente por cualquier asunto de nuestra vida. Eso, en el mejor de los casos, te lleva a no sufrir. Y, en el peor, a transformarte en un ser repelente a quien sus semejantes le importan un bledo (asesinos, ladrones, lujuriosos, maltratadores, trepas de todos los colores, acomodaticios e inmorales). Y nunca te hará ser feliz. Que, al final, es de lo que se trata.

Toca enfocar. Te explico a qué me refiero.

Al hacer balance o examen vamos a ver dónde ponemos el foco. Porque, quizás me digas que nunca has matado ni robado a nadie. Pero, si hurgamos un poco, en la propia conciencia te darás cuenta de que hay muchas maneras, no digo ya de matar al prójimo sino, de jorobarle. Por ejemplo, murmurando, soltando chismes a diestro y siniestro, despellejando al personal en una palabra. O… ¿Robar? Me dirás, “yo no robo”. Pregúntate si has pagado todos tus impuestos o si te has dejado algo. O cuántas pelis te has descargado sin ningún tipo de cargo de conciencia. ¿Y ese informe del que tanto te ufanas y que ha sido la causa del desvelo y trabajo a destajo de alguno de tus subordinados?

Hasta aquí el enfoque de nuestras pequeñas o grandes miserias. Pero nos falta el enfoque más importante.

Para conocerse bien tenemos que hacer examen de todo aquello en lo que somos buenos. Cuáles son nuestras cualidades, nuestras fortalezas, nuestra generosidad, esfuerzo, humildad, sana ambición, capacidad de ayudar al prójimo, de ponernos en su lugar. Nuestra sonrisa, nuestras palabras y gestos amables, nuestra honestidad. Sí, créeme, nuestras capacidades, nuestras “cosas buenas” son, seguro, mucho mayores que las pequeñas miserias. Estamos dotados de una enorme capacidad. De un potencial que muchas veces no vemos. ¡Tenemos que ser conscientes de todo lo bueno que tenemos!  

Está claro que conocerse implica un riesgo, exige también audacia y valentía pero merece la pena. Por eso, en este punto, te propongo realizar un ejercicio personal muy sencillo. Es un ejercicio personal pero muy clarificador.

Escribe en la columna de la izquierda, todo aquello que creas que son tus defectos o tus debilidades. En la columna de la derecha escribe todo aquello que creas que son tus virtudes, tus potencialidades positivas, aquello que sabes que haces bien. Y con lo que, cuando lo pones en práctica, te duermes al final del día como un bebé. Si ves que la columna de la izquierda tiene una lista mayor que la de la derecha, repite el ejercicio. Ya verás cómo consigues que la lista de la derecha aumente.   

#2 – Aceptación

Esta es una fase del proceso para ser feliz que, casi te diría que, es la más dura. Y como ser feliz es un proceso, cuyo objetivo no es el destino sino el disfrute del propio viaje, aceptarse cuesta un poco.

Pero es esencial para disfrutar de ese viaje y también del destino. Es que disfrutar del viaje está muy bien siempre y cuando tengas un destino en el que disfrutes. Porque puedes disfrutar mucho del viaje pero si te equivocas de destino probablemente no disfrutes tanto. Si eso te ocurre, no te preocupes. ¡Hay solución! Solo tienes que hacer como el GPS: recalcula la ruta y vuelve al camino adecuado.

Y, para disfrutar del viaje y también del destino, es imprescindible ser feliz. Para eso, aceptarse resulta difícil pero imprescindible.

Pero, ¿por qué es difícil? ¿Te has preguntado por qué nos ponemos rojos cuando nos aplauden? ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar el éxito? ¿A qué se debe que algunas personas, demasiadas, sólo se fijan en la dichosa mota de la que ya hablaba Cristo y no se fijan en su viga? ¿Por qué nos duele tanto la crítica ajena?

La respuesta es sencilla: nos duele tanto porque seguimos dependiendo de la opinión que el prójimo tiene de nosotros. Eso nos molesta, nos llena de dudas e inseguridades. Aceptarse implica conocerse, conocer nuestras limitaciones, pero también nuestras virtudes. Y, desde ahí, desde nuestras fortalezas, que las tenemos y muchas, construir para sacar lo mejor de nosotros mismos.

Aceptarse significa que somos conscientes de todo aquello que somos, que tenemos o que no tenemos. Recuerdo una anécdota de una mis hijas cuando era muy pequeña. Tenía bastante genio y un día sus padres le reñimos. La respuesta que nos dio nos hizo reír y reflexionar: “es que Dios me ha hecho así”, nos respondió. Ahora es una maravillosa madre de familia, esposa e hija y ha dominado su genio, que sigue sacando de vez en cuando. Y es que los niños son lo que son. Sin enmiendas ni raspaduras. Por eso te dicen tranquilamente: “es que soy así” y ni se inmutan. Por supuesto hay cosas que se deben corregir y, otras, aceptar.

Cada uno debemos aceptarnos con nuestros defectos y, eso sí, luchar para tratar de corregirlos. Pero sin angustiarnos ni frustrarnos. Sabiendo que, por mucho esfuerzo que pongamos en corregirnos, tropezaremos muchísimas veces, nos caeremos y nos haremos daño.

Pero lo bueno del viaje para ser feliz, es no desesperar. Hacer un parón, reflexionar y, si eres creyente, orar y volver a empezar con ilusión renovada.

Te adelanto que en la próxima publicación te hablaré de los otros dos cimientos necesarios para “construir tu casa”. Pero, como conclusión de hoy, piensa en cómo hacerte niño para aceptarte. No se trata de que te tragues una piedra de molino. Sino de que te aceptes con tus defectos y con tus virtudes. Que las tienes, aunque muchas veces ni nos demos cuenta.

Y recuerda, que siempre puedes, y estás a tiempo de reescribir tu historia en clave positiva. Si tienes dudas o necesitas ayuda para lograrlo, solo tienes que contactar conmigo. Puedo y me encantará ayudarte a lograrlo.