Hoy me he propuesto hablar de la comunicación (o incomunicación, según se mire). Y aportar nos simples consejos para no discutir ni en los días de vacaciones ni tampoco en el resto del año.

Con la llegada de los meses del verano llegan los tan ansiados días de descanso y, con ellos, la posibilidad de pasar más tiempo en pareja y en familia. Por eso, las “vacaciones” son un tiempo maravilloso para comunicarse o, según los casos, para discutir, que es una forma de comunicación poco recomendable.

Para empezar, a continuación, voy a exponer unos ejemplos sacados de la vida real y experimentados a una hora muy propicia para el diálogo: hacia las ocho de la tarde, cuando estamos ya bien baqueteados por todo el día:

#1 – Elección de película

– Cariño, ¿qué tal si eliges una película y la vemos juntos después de cenar con los niños acostados?

– Perfecto.

– Pues… vete buscando en alguna plataforma mientras preparo la cena.

– De acuerdo.

– Después de cenar:

– ¿Has pensado en alguna?

– Pues mira sí, he visto una de acción que tiene buena pinta.

– ¡Ay!, ¿esa? Es que no me gustan las de tiros y sangre.

– Tengo otra de suspense que también parece buena.

– Ya, pero es que a mí me gustan las clásicas.

– Bueno, a ver si encuentro alguna… ¿mira!, he encontrado esta de Spencer Tracy y Katherine Hepburn.

– ¿Y no encuentras una de Gregory Peck?

– A ver …

– Huy, esa no. Ya la hemos visto.

– Mujer, como casi todas las de Gregory Peck.

(Tras media hora de búsqueda):

– Bueno, la verdad, me está entrando sueño. Casi me voy a la cama.

– Espera un poco. A ver si encuentro otra.

– No, no. Ya es muy tarde. Hasta mañana si Dios quiere… 

#2 – El gran silencio

– Chico, ¡qué callado estás! ¿Te pasa algo?

– A mí, ¿nada?, ¿qué me va a pasar?

– No sé, como llevas todo el día sin hablar.

– Ya, es que no tengo buen día. Estoy cansado.

– Pues vente a la cama ¿no?

– No. Necesito despejar la mente un rato.

– O sea, que vas a ver la tele ¿no?

– Sí, un rato.

– Eso, a tu bola… a hacer zapping, ¿no?

#3 – Ansiedad anticipatoria del tipo ya he metido la pata

Llamada de teléfono a un hijo:

– ¿Qué tal hijo, cómo estás?

– Bien.

– ¿Seguro?

– Claro, ¿me tendría que pasar algo?

– No sé, es que te noto tan poco hablador… ¡Ah!, ya sé, perdona hijo, es que el otro día te dejé con la palabra en la boca. Y, claro, como no te he llamado otra vez, seguro que te has enfadado.

– Pues, la verdad, no. No estoy enfadado.

– Oye, pues disimulas muy bien.

– Que no, papá, que no estoy enfadado.

– Pero, vamos a ver, hijo, que tenemos confianza, si he hecho algo que te haya sentado mal dímelo, que ya somos mayorcitos.

– Mira papá, de verdad, no has hecho nada mal. Me duele la tripa y hace tres días que no voy al baño. Simplemente estoy estreñido y cuando no voy al baño no me pidas peras al olmo.

#4 – Ansiedad anticipatoria del tipo “no es no”

– Mira cariño, he pasado por la piscina municipal para ver cuánto nos saldría un bono para nosotros y los hijos y nietos para cuando vengan a casa.

– Y ¿cuánto sale?

– Pues mira los adultos 17 y los niños 10 euros.

– Imposible. No.

– Pero, espera a que te diga el cálculo de lo que es.

– Que no, que luego andamos agobiados.

– Pero, hombre, no te cierres, espera un poco, déjame hacer el cálculo de cuántos somos…

– Ya me estás levantando la voz. ¿Lo ves? Si es que no se puede dialogar contigo.

¿Te suenan estos diálogos de besugos, que podríamos denominar “desencuentros en la tercera fase”? A quien no le sean familiares, le recomiendo un repaso a las viñetas de Forges o de Mafalda y seguro que se inspira. Si los lees bien, los piensas un poco, verás que se produce el efecto «adivina, adivinanza», en cada uno de ellos. Vamos a verlo:

  1. Película. Adivina qué película me gusta porque yo ya he decidido la que quiero ver.
  2. Silencio. Adivina lo que me pasa porque no soy claro, diáfano ni transparente.
  3. El estreñido. Intento adivinar en lugar de preguntar.
  4. No es no. Intento adivinar porque no escucho.

Estos diálogos, lo garantizo, están tomados de la vida real. Y como somos animalitos de costumbres reiteradas, tropezamos con la misma piedra una y otra vez. Por cierto, estos que denomino “diálogos de besugos”, se pueden dar a cualquier hora del día pero a partir de las ocho de la tarde son letales. Y en vacaciones, peor.

Porque, a esas horas ya se está suficientemente cargado y si es de mecha corta (como yo), ya está el lío servido en forma de absurda bronca, Y, además, es un momento muy cercano a otra hora peligrosa: la de acostarse.

Si los niños (hijos o nietos) están acostados y dormiditos, ni tan mal. Si no lo están, peor. Porque, lo ven, oyen o ambas cosas a la vez.

Y, en cualquier caso, el enfurruñamiento nos va a llevar a una situación kafkiana: te acuestas enfadado y duermes mal si te cuesta coger el sueño. Aunque, a algún cónyuge que conozco, con o sin enfado, el cansancio del día le lleva a dormir plácidamente. Lo que genera un efecto hipnótico de mayor enfado en el cónyuge que no puede dormir. Y este último es capaz de montar otro numerito a las tres de la mañana a su respectivo porque “es que sigo despierto y sin poder dormir”. Ahora ya, la bronca es “de madrugá”, que dirían en Sevilla. Vamos, que al día siguiente sigues enfadado, cansado, ya casi ni sabes por qué y tienes que rebobinar. En definitiva, toda una pérdida de tiempo.

“Me enfadé, no comí: dos males para mí”, dice el refrán. Absurdo, pero cierto. Que conste que no todos los refranes son ciertos. Pero eso de enfadarse y perder el apetito o pasarte una tarde de paseo sin dirigirte la palabra es, te lo aseguro, una enorme pérdida de tiempo y energía. Mucho más si esto se da en vacaciones.

2 Consejos para no discutir

Evitar la discusión

Para ser sinceros, no es fácil evitar las discusiones. Sacar la mala uva que ves que te sube por la tráquea hasta la lengua puede suponer tener que darte una vuelta a la manzana, contar hasta mil, ponerte una nariz de payaso (funciona y son muy baratas en Internet) o tomarte una tila triple. Bromas aparte, opta por cualquier cosa que genere tomar distancia y relativizar el asunto. Intenta respirar profunda y sosegadamente, haciendo silencio interior y verás que es toda una experiencia pacificadora.

Además, recuerdo eso decían mis dos abuelas: dos no discuten si uno no quiere. Y lo cumplían a rajatabla. Para eso eran las “amonas”, que se dice en vasco. Ambas eran guipuzcoanas y de caserío. No fueron apenas al colegio pero eran, además de creyentes, buenas abuelas y muy listas. Claro que ambas se tuvieron que sacar las castañas del fuego tras fallecer sus esposos y eso sí que es sacarse la carrera y veinte másteres del universo. El recuerdo que tengo de ellas (no pude conocer a mis abuelos) es maravilloso. Cada una era diferente en carácter, genio y tamaño. Pero las dos eran, básicamente, buenas personas, generosas y entregadas a su familia. Y no discutían ni permitían que se discutiese en su presencia.

Practica el “PePe”

Te aseguro que esta es una posible salida, muy conveniente, cuando la discusión ya ha tenido lugar. Es muy simple y yo la llamo “efectuar un PP”. ¿Y, sabes en qué consiste? En algo tan sencillo pero tan difícil, a la vez, como PEDIR PERDÓN.

Como sabes, una costumbre muy adecuada y que, en mi caso nada tiene que ver con tema político. Aunque ya de paso diré que, pedir perdón, si se me permite decirlo, tanto al a los compañeros, amigos o al contrario, incluso al electorado, vendría muy bien a muchos políticos militen en el partido en el que militen.

Y, volviendo al tema del perdón, cuanto antes se pida perdón… mucho mejor.

La importancia de pedir perdón. Cómo hacerlo

Pedir perdón es bueno porque implica todo un proceso de círculo virtuoso. Es decir, ese que cuanto más lo practicas más y mejor lo aprovechas.

  1. En primer lugar, para pedir perdón hay que hacer EXAMEN DE CONCIENCIA: a ver si resulta que veo la paja en el ojo ajeno y no veo la viga en el propio.
  2. Esto implica movilizar la HUMILDAD. Agachar las orejas, mandar la soberbia a paseo. ¿Cuesta? Pues sí. Si no costara la humildad no sería una virtud.
  3. Implica mandar el RENCOR a paseo. ¡Qué feo es el rencor! Cuanta energía consumida en balde y todo por no dar nuestra patita a torcer, aunque solo sea un poco.
  4. Supone ACEPTAR al otro con sus defectos y eso es RENUNCIAR a UNO MISMO.
  5. Fortalece la PACIENCIA que supone fortaleza, aguante y temple. Porque, cuando, tras el proceso anterior, te diriges contrito a tu cónyuge… puede resultar, (¡oh, sorpresa!), que el otro necesita “su espacio”. Y sigue, erre que erre, empecinado en no perdonarse ni perdonarte. Necesita SU tiempo. Yo, mí, me, conmigo… ¡qué pérdida de tiempo! Si sigues centrado en ti, mal asunto. Descéntrate y pon la vista en el otro. Eso es AMOR. Y es una decisión, no un sentimiento.
  6. Y así, punto a punto, llegamos al AACB (hoy me ha dado por las siglas, como estás viendo). O lo que es lo mismo: Abrazo Achuchante Con Beso  y a la felicidad desbordante. ¿O no?

Antes de despedirnos, te resumo brevemente el proceso Pedir Perdón:

✓ Examen de conciencia

✓ Humildad

✓ El Rencor y la soberbia a hacer gárgaras. No les doy espacio.

✓ Aceptación de uno mismo y del otro + Renuncia a uno mismo.

✓ Paciencia = Fortaleza + Aguante + Temple (nervios de acero)

✓ Abrazo Achuchante de reconciliación Con Beso.

El sumatorio es igual a FELICIDAD con una condición: mañana, pasado, en el futuro inmediato o a más largo plazo nunca más vuelvas a remover el pasado.

Pues nada, mis tiernos tortolitos, recién casados o ya buitres leonados, si seguís este pequeño ritual seréis más felices, discutiréis menos y veréis la vida de otro color.

Por cierto si, como yo, alguno es creyente, ya sabe que se lo puede ofrecer a Dios, que se va a poner muy, muy contento. Y si necesitas pasar por el confesonario (si no sabes lo que es me lo preguntas y ya verás qué bien) le haces una visita y sales como un bebé limpito y feliz.

Y, si ves que las discusiones están formando parte de tu vida, quieres cambiar esta incómoda situación y crees que ha llegado el momento de recibir ayuda, no dudes en contactar conmigo. Prometo ayudarte a recuperar esa paz tan necesaria tanto a nivel personal como familiar y de pareja. ¡Vamos a por ello!