Hace años asistí a un congreso en el que una de las estrellas invitadas era un famoso orador español motivacional. Otro de los oyentes, sentado detrás de mí, expresó al escuchar las sugerencias e ideas del ponente:“a ver cuánto nos dura lo que dice éste”.

Esa expresión es aplicable a muchas cosas. Y, hoy, me vino a la cabeza porque voy a centrarme en cómo hacer un buen sermón para comunicar eficazmente la palabra de Dios.

No hablaré en este artículo de técnicas de comunicación sino de lo que algunos llamamos “cargas de profundidad”. Te aclararé a qué me refiero.

Para mi las cargas de profundidad son los valores profundos que, como persona, todos tenemos dentro. Las que permitirán al orador transformar al oyente con sus aportaciones. Y, al oyente, transformarse al interiorizarlas y hacerlas suyas.

Si llevamos esto a la comunicación de la palabra de Dios, surgen 3 preguntas previas:

¿Preparo mi homilía, mi charla o mi círculo?

¿En quién pienso cuando lo preparo, en mí, en lo bien o mal que voy a quedar o en si voy a ser (o no) un instrumento en manos de Dios para remover conciencias?

¿Soy consciente de que he de explicar la Palabra de Dios, de que tengo que iluminar la conciencia de quien me escucha y de la importancia que tiene para el oyente una buena charla formativa católica?

La respuesta a las tres preguntas anteriores no está en aprender tal o cual técnica de oratoria y comunicación. De hecho, en futuros artículos hablaré de algunas técnicas, muy sencillas. Pero, hoy quiero centrarme en ideas que implican cargas de profundidad. Y que aluden,  básicamente, a la generosidad y la entrega.

Y esto, que parece una obviedad, no lo es tanto cuando con lo que nos quedamos los fieles es, por ejemplo, sólo con una erudita disertación sobre el origen de tal o cual palabra o frase. A mí, desde luego, me ha pasado.

3 Ideas clave sobre cómo hacer un buen sermón

Dedicar tiempo, prepararlo y nada de pedantería

Preparar un sermón, charla, homilía o círculo implica entregarse, documentarse, estudiar y orar. Porque, cuando se trata de la transmisión de la Palabra de Dios, no sólo es necesario prepararla sino que hay que hacerla vida de la propia vida y ofrecer lo mejor de uno mismo. No para la propia vanagloria sino para la mayor gloria de Dios, como diría mi paisano San Ignacio de Loyola.

Siempre que sea necesario, está bien dar una explicación sobre el origen de tal o cual palabra. Pero esa indicación sólo ha de servir para poner en contexto y aclarar lo que, de verdad, se quiere transmitir. Y no para acabar cayendo en una simple pedantería.

Por ejemplo, si estamos hablando de los “hermanos” de Jesús a los que se alude en algunos de los textos bíblicos, está bien que se aclare que en la etimología hebraica, aramea o griega el significado de la palabra es muy amplio y alude también a parientes y discípulos. Está bien que se aclare que Cristo nació de la Virgen María, quien no había conocido varón. Y, por otra parte, podemos fijarnos en la entrega de María a Juan, desde la Cruz, cuando le dice a Juan, “ahí tienes a tu madre” y a María, “ahí tienes a tu hijo”. Entregándonos, desde ese momento a María como Madre para toda la humanidad. Y a Juan, representante de la humanidad, aceptando el cuidado de nuestra Madre.

Por ello, si se quiere dejar claro a la audiencia que Jesús no tuvo hermanos, la explicación anterior es lógica y pertinente. Pero, sin dejar en segundo plano la idea clave. Es decir, la inmensa generosidad del Padre al entregar a la humanidad a Su Hijo y a la Madre de su Hijo. ¡Ese sería el objetivo a transmitir!

Quien hable para los fieles, o para un grupo reducido de personas, tendrá que pensar de qué quiere hablar y qué quiere que el oyente recoja, y asimile. En definitiva, qué espera que se lleve. Y esto exige planificación para saber cómo hilar el argumento de la charla o sermón. Porque tiene que tener una introducción, un hilo argumental y un desenlace.

Para eso, es fundamental preparar con generosidad el sermón, charla u homilía. Porque, entre los habituales de la Santa Misa (me incluyo) o de reuniones formativas, es frecuente pensar al salir, ¡qué bien habla esta persona! Pero si nos preguntaran ¿de qué ha hablado el sacerdote o la persona de turno? Sinceramente, ¿sabríamos responder?

Está claro que no todo depende, ni mucho menos, de quien habla. Sino, también, de la atención de quien escucha. La atención, entre otros factores, o se gana o se pierde en función de cómo se haya preparado el discurso. Y, además de lo ya señalado, exige, también, mucha humildad. La pedantería en un sermón, no digo que sea imperdonable pero, es nefasta.

Pensar en el oyente

La segunda cuestión que mencioné al principio de este artículo fue, ¿en quién pienso al preparar la charla, homilía o círculo? ¿En el prójimo o en mí mismo?

Si pienso en el prójimo y hago mío el resumen de los diez mandamientos: “amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Esto supone que, desde el amor incondicional, habré pensado qué quiero que le quede a mi prójimo tras la charla. Cuál es la idea clave sobre la que va a pivotar la charla. ¡Insisto! La memoria humana es frágil. Y, por ello, con una o dos ideas clave, es más que suficiente.

Otra cuestión capital es la cercanía que siempre viene de la mano de la humildad. Decía un tío mío, sacerdote, que la educación es una hija pequeña de la caridad. Te dejo estas dos “ecuaciones” a modo de reflexión:

✔️ HUMILDAD + CARIDAD = CERCANÍA

✔️ CERCANÍA + HONESTIDAD = CREDIBILIDAD

Por lo demás, en una charla u homilía no puedes hablar de lo que te apetezca o de tus ideas sino de lo que tienes que tratar.

Y es que aquí hay otra tentación muy habitual. En lugar de hacer luz al comunicar la Palabra de Dios, contenida en los textos del día para aplicarla a la vida diaria de las personas que escuchan, es frecuente hablar de la última novedad sociopolítica que se le ocurre al orador o esté de actualidad. Aprovechando su posición de autoridad y hablando de lo que le apetece o piensa. En lugar de lo que quiere Dios.

La polarización de cualquier charla u homilía en función de la ideología de quien predica, o del interés social o político del momento, es un gravísimo error que ha alejado a más de uno de la Iglesia. En ese caso, el fracaso está garantizado.

Ilumina tu conciencia para iluminar la del prójimo

¡Qué necesario es ser consciente de lo que se va a hacer! Ser consciente de la importancia de la charla u homilía. Llevando la homilía o la charla, a la oración y meditación propias, el orador dejará que el Espíritu Santo ilumine su alma y así podrá iluminar la de los demás.

Con esto doy respuesta a la tercera pregunta ¿soy consciente de que tengo que iluminar conciencias a la luz de la Fe y del magisterio de la Iglesia? Si se es consciente de esto, la persona que habla, aunque se trate de un pecador, tratará de ser humilde, honesto y coherente, siendo uno mismo, consciente de las propias limitaciones.

Por lo tanto, como resumen de todo lo dicho, recapitulemos cómo hacer un buen sermón y transmitir la palabra correctamente a través de él:

  1. Preparación. Brevedad. Ni pedantería ni temas extraños.
  2. Pensar en el prójimo.
  3. Iluminar previamente la propia conciencia para poder, después, iluminar la de los demás.

Y… ¿Cómo retener la atención? Hablando con pasión desde el corazón. Siendo uno mismo, desde la humildad y el Amor. Si sigues este proceso, si lo interiorizas y, sobre todo, lo vives, tendrás credibilidad.

Y ahora te propongo un “truco”. Pon algo de suspense para que, quien te haya escuchado, medite y haga suyo lo que le has dicho:

  1. Al principio, esboza las ideas clave de las que vas a hablar (introducción).
  2. Desarrolla esas ideas en la parte central de la charla (nudo).
  3. Finalmente, recapitula, resume y reitera las ideas fuertes (desenlace).

Como coach, te animo a seguir este proceso. Hazlo con humildad, llévalo a la oración. Y te garantizo, no sé si el éxito, pero sí que comprobarás que ese “a ver cuánto nos dura” que mencionábamos al principio, durará mucho y dejará huella. Porque no habrás sido tú. Sino que tú habrás sido un instrumento en las manos de Dios.