Hay una palabra que utilizamos, cada dos por tres, en nuestra vida diaria y que, en muchos casos, no utilizamos de la forma adecuada. Me refiero a la responsabilidad.

Hasta tal punto la empleamos mal que llegamos a comprender el error de confundir irresponsable con cualquier otro calificativo (pensemos cada uno cómo denomina al prójimo cada vez que surge un contratiempo). Además, otro aspecto con el que hay que tener cuidado es en dónde ponemos el foco: en nosotros mismos o en los demás. Porque, seamos sinceros… ¡qué fácil es ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio!

Hace poco, en una conversación entre amigos, surgió la cuestión de la responsabilidad. Rápidamente asaltaron mi mente dos preguntas:

¿Qué es ser responsable?

¿Qué es ser irresponsable?

Y, a continuación, como derivadas de las preguntas anteriores aparecieron otras dos preguntas, casi de manera inevitable:

¿Quién es responsable?

¿Quién es irresponsable?

Qué es “ser responsable”

La palabra responsable proviene del latín y significa ‘que requiere respuesta’. Y, a su vez, ésta deriva también de la palabra latina responsāre, que significa ‘responder’.

Si decimos, por ejemplo, “la rotura de la viga fue la responsable de la caída del puente”, lo que estamos diciendo es que la viga, al romperse, hizo que el puente cayera. Es decir, hay una causa: la viga se rompe. Y, como consecuencia, como respuesta, el puente se cae.

Pero este significado se aplica también a la persona, respecto a la responsabilidad que se deriva de un acto o de unas personas. Pensemos en los hijos menores de edad, por ejemplo. Si decimos que el matrimonio formado por Carmen y Juan es un matrimonio responsable, estamos diciendo que, respecto de sus hijos, responden de ellos y por ellos.

Esto lo vemos en la responsabilidad civil de unos padres si sus hijos, menores de edad, cometen una infracción. De dicha infracción serán responsables sus padres, que pagarán las consecuencias económicas de algo que sus hijos han hecho mal. Recuerdo unos padres que tuvieron que sufragar los daños causados en el capó de un automóvil al ponerse a jugar saltando encima del mismo. No es un chiste. Es una realidad que viví en primera persona.

Por lo tanto, la responsabilidad implica respuesta .

La responsabilidad y la madurez. ¿Hay relación?

Dejando a un lado la responsabilidad jurídica, me gustaría enfocarme ahora en la respuesta que cada persona asume como consecuencia de sus actos. Si la responsabilidad implica respuesta, la madurez implica dar la respuesta adecuada a cada uno de nuestros actos. Siempre, de acuerdo con la edad y la dignidad que toda persona tiene.

Al contrario, la irresponsabilidad implica ofrecer una respuesta inadecuada a lo que uno hace o dice. O, en ocasiones, no ofrecer ninguna respuesta. Lo que, en sí mismo, es ya una respuesta.

Esto lo vemos en aquellas personas que eluden el compromiso de forma sistemática.

Entra aquí en escena la segunda acepción de la Real Academia Española de la Lengua, cuando dice que la persona responsable es aquella “que pone cuidado y atención en lo que hace o decide”.

La falta de compromiso implica falta de madurez. Y ésta conlleva, en no pocas ocasiones, eludir la propia responsabilidad de los actos realizados.

Por ejemplo, ¿puede alguien ser irresponsable en el cuidado de los hijos o en su educación? La respuesta es: sí. Unos padres que no son capaces de poner límites, de educar en valores  y en virtudes, que dejan al colegio la total responsabilidad educativa de sus hijos actúan de manera irresponsable con respecto de éstos y de ellos mismos. Ya que ponen en peligro la felicidad de los hijos y la propia estabilidad de su matrimonio y familia.

Pero vayamos un poco más allá.

Si quien no es dueño de sus actos engendra hijos y los maleduca con su ejemplo dañino, se comporta de forma totalmente irresponsable. Esto lo reconoce la propia sociedad, que se dota de instrumentos o instituciones (como los servicios sociales) que pueden llegar a denunciar a la pareja o matrimonio para que la justicia quite la patria potestad de los menores a su cargo.

Sin llegar a estos extremos, la irresponsabilidad o la falta de responsabilidad nos acecha a todos en algún momento.

Cuando perdemos los papeles ante nuestro cónyuge, hijos, amigos, hermanos, familiares, amigos… Cuando nos dejamos llevar de la ira, con consecuencias siempre nefastas. Ira que causa heridas emocionales en la mayoría de los casos. E, incluso, físicas en algunos.

Pensemos también en una casa con un televisor en cada habitación, en donde la comunicación es inexistente. Donde los hijos conviven a diario con el silencio de unos padres que se acomodan ante el ordenador, la televisión, la consola de juegos o cualquier otra distracción. Cuando se da este caso, existe una falta de responsabilidad por dejadez.

La verdad, excusas puede haber muchas: cansancio, falta de formación, carácter débil, entre otras. Pero, si queremos actuar responsablemente, tenemos que estar dispuestos a soportar cierta incomodidad momentánea. Pensando en el bien propio, en el de la familia y en el de los hijos, si nos centramos en el ámbito familiar. Dejo para otro artículo el ámbito empresarial.

Las inevitables consecuencias que trae la irresponsabilidad

La inmadurez de los llamados “kidults” (o niños adultos) implica una irresponsabilidad educativa desde la niñez por parte de los padres. Por supuesto, sin eludir la propia responsabilidad del adulto que no ha sido capaz de superar sus etapas infantiles.  

En todos estos casos, no actuamos responsablemente. Y no lo hacemos porque no ofrecemos la respuesta adecuada en cada momento. Por supuesto, no siempre es fácil. Pero, nos tenemos que educar personalmente hasta convertir en hábito la capacidad de ofrecer la respuesta medida, justa y proporcionada en cada circunstancia u ocasión.

Cuando no acertemos, porque no siempre será posible, la responsabilidad nos llevará  aceptar las consecuencias de nuestros actos en forma de recriminación, dolor y mayor humildad para aceptar la corrección de otra persona que nos quiere bien y que no dejarán pasar la oportunidad de corregir cuando su conciencia le impulsa a ello. Pero pongamos un ejemplo.

Un matrimonio que conozco me comentaba que unas obras de reforma que se habían torcido en origen estaba provocando malestar y continuas discusiones entre ambos cónyuges. Al tener que salir de casa para finalizar esa reforma, se alojaron temporalmente en casa de una hija casada y con niños. Las discusiones estaban causando un profundo malestar no sólo en su relación sino que afectaban al matrimonio de su hija y a los propios nietos. ¿Cuál fue la cura? En un momento determinado, me contaba el marido “mi yerno se plantó correcto y serio ante mí y me dijo: Luis, así no podéis seguir. Las obras se os han torcido y sólo se trata de tiempo y dinero. Podéis seguir en nuestra casa el tiempo que queráis. Pero, siempre y cuando vuestra relación vuelva a ser cordial. Porque esto nos está afectando y afecta a mi mujer, que es tu hija”.

Ni que decir tiene, me comentaba Luis al cabo de unos días, que recibir este toque de atención por parte de su yerno, ya un hijo más, fue mano de santo. Y consiguió los siguientes efectos: paz en el matrimonio, porque ambos cónyuges se pidieron perdón; adoptar las medidas oportunas para enderezar las obras y coger el toro por los cuernos para retornar a la felicidad familiar.

¿Qué hubiera sido más fácil para ese yerno? ¿Esconder la cabeza, callar y no decir nada y que su mujer siguiera sufriendo? ¿O, como hizo, afrontar los hechos y plantarse con total cordialidad pero con seriedad ante su suegro y con delicadeza cantarle las verdades del barquero?

Lo más fácil es eludir la propia responsabilidad. Y, en este caso, su responsabilidad, su respuesta ante su mujer, le impulsó a actuar. Y, por lo tanto, a no pecar por omisión, que es otro signo de la inmadurez y, consecuentemente, de la irresponsabilidad.

Por lo tanto, la RESPONSABILIDAD es una consecuencia directa de la MADUREZ. Uno responde de sus actos por acción u omisión y asume las consecuencias.

La responsabilidad y vivir el momento

Otro signo de la responsabilidad personal es vivir el presente por duro que sea sin perder la paz interior. Nada tiene esto que ver con el “carpe diem”, tan de moda en algunos ambientes, que yo traduciría en el “aquí te pillo, aquí te mato”.

Pero, pongamos un ejemplo más.

El padre de una joven que conozco y hoy es Carmelita Descalza en un convento de clausura en España me contaba que, poco antes de entrar ella en el convento, hicieron un viaje familiar a Roma. Era el año 2010, y coincidió con el mundial de fútbol que ganó España en Sudáfrica. La noche del partido Alemania-España cenaron en familia en una pizzería italiana repleta de hinchas españoles y alemanes. Aquel partido lo ganó España con un gol de cabeza de Pujol. En el mismo momento del gol, mi hija, me contaba mi amigo, se abalanzó sobre mí gritando “¡gol de España! ¡Gol de España!” Este hombre pregunto a su hija: “hija, dada tu efusividad, ¿estás segura de que quieres seguir siendo carmelita?”

Lógicamente, la respuesta de la hija, dejó al padre sin palabras: “Sí, papá, pero ahora estoy aquí”. Una semana más tarde ingresaba en el convento en el que ya lleva doce años. Vivir el presente, sin perder la paz interior, y sean cuales sean las circunstancias, implica un grado de madurez. Y, por tanto, de responsabilidad personal impresionante.

Ahora, pongamos el ejemplo contrario.

En plena pandemia de COVID-19 se dieron casos de botellones y enfrentamientos con la policía en diversas ciudades. Una reportera de televisión pregunta a un joven que acude a un botellón: “¿eres consciente de que te puedes contagiar, de que puedes contagiar a otros, de que puedes, incluso, morir?” La respuesta de aquel chaval la recuerdo perfectamente porque la vi por televisión. Fue esta: “soy perfectamente consciente pero hay que vivir el presente. Ya no podemos más y, si hay que morir, se muere”.

Este es el típico ejemplo de falta de sentido vital. Que nos lleva a vivir un presente sin futuro ni esperanza. Y a actuar de forma momentáneamente placentera pero 100% irresponsable.

La “fórmula secreta” para ser responsable en todos los ámbitos de la vida

Podríamos seguir comentando todo tipo de ejemplos y escribir un libro, o un tratado, sobre la responsabilidad y sus vertientes. Pero, me gustaría finalizar este artículo con una sencilla ecuación para desarrollar responsablemente la vida que nos toca vivir. Para tomar el timón de ella, enderezar el rumbo cuando es necesario y hacerla plena.

Y, mediante el crecimiento hacia la plenitud personal, trascender la propia vida, lo que significa dejar rastro, dejar poso, ser útil.

Veamos la fórmula y su significado:

P + J + F + T = R

“P” es Prudencia,

“J” es Justicia.

“F” es Fortaleza.

“T” es Templanza.

El resultado es igual a “R”, que es Responsabilidad.

La Prudencia ilumina el entendimiento e impulsa a la acción de manera reflexiva pero sin cobardía.

La Justicia impulsa a valorar aquello que es bueno para todos.

La Fortaleza nos hace actuar para hacer el bien en todo momento, sin escondernos.

Y la Templanza hace que todo lo que hagamos lo hagamos con moderación, con caridad, con cariño, con amabilidad.

Todo esto junto es lo que hace a la persona dueña de sus actos, es decir, responsable. En otro artículo prometo tratar el tema de la responsabilidad aplicada al ámbito laboral . Un asunto que, como verás, da para mucho.

Como siempre, me despido animándote a contactar conmigo si tienes cualquier duda sobre la responsabilidad y la forma de vivirla en plenitud. Me encantará atender tu consulta y me alegrará saludarte personalmente.