Frecuentemente compruebo como muchas personas no tienen claro qué es comunicar. Y eso que es algo que hacemos a diario y de continuo. Puesto que todos nos comunicamos de infinitas formas, a lo largo del día, con quienes nos rodean.

Por eso y porque es algo imprescindible en nuestra vida, hoy me gustaría hablar de la comunicación. Al menos en términos algo genéricos. Porque este tema da para mucho y muchos libros se han escrito ya sobre él.

¿Es lo mismo comunicar que transmitir?

Partimos de dos términos que suelen tomarse como sinónimos cuando… no lo son.

Cuando yo hablo, miro, escucho, gesticulo, me acerco o me alejo, acaricio, grito e escribo, emito mensajes. Estoy transmitiendo algo que deseo consciente o inconscientemente que alguien reciba de mí.

Quien recibe ese mensaje, quien acoge la transmisión, sea por el oído, por los ojos, por el tacto, por el cerebro, lo decodifica. Es decir, lo entiende, aunque sea a su manera. Hasta aquí uno emite y otro recibe. Por lo que, transmitir no es otra cosa que emitir un mensaje, por el medio que sea. Y, como se entienda ese mensaje, eso ya es otra cosa.

Si por comunicar queremos hacer saber a alguien algo, como dice la Academia de la Lengua, es lógico que, para comenzar, quien acoge mi mensaje, lo entienda sin distorsiones. Es decir, tal y como yo quiero que se reciba.

Porque soy yo quien emite y deseo hacerme entender. Sin olvidar que las entendederas son las de cada uno y que “lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente que lo recibe”, como muy bien señalaba ya en el siglo XIII Santo Tomás de Aquino. Lo que nos interesa es que la persona que recibe mi mensaje, entienda lo que ha recibido y cuál es el propósito de dicho mensaje.

Avanzando por tanto en esta idea, comunicar sería trasladar a otro un mensaje claro que, a ser posible, no sea distorsionado. Así podremos llegar al entendimiento correcto. En el que lo que yo digo signifique lo mismo para mí, que emito, que para quien lo recibe.

Me interesa señalar aquí que, cuando en este artículo hable de “comunicar” no me refiero simplemente a trasladar algo a otro. Y es que de un mensaje claro y con un mismo significado se puede dar un correcto entendimiento. Pero eso no implica, necesariamente, un entendimiento mutuo.

Qué es comunicar y cómo comunicamos

Aunque, comunicar es mucho más. Es hacer partícipe a una persona de lo que se tiene, descubrir y descubrirse. Comunicar es poner en común, abrirse a aquel con quien se comparte, hacerle partícipe de nuestro ser.

El término comunicar, viene del latín “communicare” y éste de “communis”. Por tanto, implica compartir, poner en común, comunión. Y, finalmente, no es otra cosa que amar.

Por lo tanto, sólo mediante el amor podremos comunicarnos y facilitar el poder llegar al encuentro. Lo que, en realidad, es el objetivo de la comunicación.

¿Pero, cómo comunicamos?

Comunicamos con todo nuestro ser. Con lo que realmente somos, hacemos, decimos y nos callamos. También con el cómo nos comportamos, con nuestros gestos o nuestro estilo. Si soy egoísta comunicaré desde mi egoísmo y si soy generoso desde mi generosidad. En cualquier caso lo que soy, lo quiera o no, lo comunico. Es inevitable.

Por ello, para favorecer este encuentro entre personas el “cómo” es casi tan importante como el “qué”.

El qué es lo que quiero transmitir. Si se tiene esto claro, ya tendremos una parte del camino recorrido. El cómo me apela a mí y apela al otro. Llega hasta la otra persona y, dependiendo de ese “cómo”, nuestro mensaje será acogido mejor o peor. Incluso por mí mismo.

La primera cuestión es tener claro qué es lo que quiero transmitir. Digamos que queremos transmitir un sentimiento y se lo queremos decir a un amigo, a nuestra pareja, a un hijo, a nuestro jefe o subordinado. En definitiva, a quien sea.

Dos virtudes imprescindibles para la buena comunicación

Un gran profesor de oratoria, y amigo, Ángel Lafuente, insiste en cada uno de sus cursos en esta frase: “nunca la palabra antes que el pensamiento”.

La cosa tiene su aquel. Porque, pregúntate, ¿tengo claro lo que quiero decir? Seguro que alguna vez te ha pasado que, sin pensártelo dos veces, sueltas lo primero que se te ocurre. A mí muchas veces. Es verdad que, con la edad y la experiencia, cada vez menos. Y es que, en muchas ocasiones, nos lanzamos a hablar y gesticular, sin pensar ni en lo que decimos, ni en lo que callamos y, tampoco en cómo se va a sentir nuestro interlocutor.

Por eso es imprescindible pensar primero y hablar, gesticular o escribir, después. No sólo hablo aquí de la palabra hablada sino de un correo electrónico, por ejemplo. ¿O, no te ha pasado eso de pegarte un calentón y mandar un email sin pensar en sus consecuencias, o de soltar una inconveniencia con el interpelado a tu espalda?

Si, como dice Descartes, “pienso, luego existo”,  pensemos primero y actuemos después. Nos ahorraremos muchos problemas y ganaremos en satisfacción, paz, tranquilidad y amor.

Esto exige, como mínimo, trabajar dos virtudes:

  1. Templanza o dominio propio de cuerpo y mente.
  2. Generosidad, es decir, aguantar y no querer ser “el perejil de todas las salsas”. 

Aquí tenemos todo un programa de lo que son cargas de profundidad transformacionales. Virtudes que hay que trabajar junto con el aprendizaje de las técnicas correspondientes, que también hay que conocer. En este tema, si tienes cualquier duda, te animo a contactar conmigo para resolverla.

Generosidad. ¡Ahí está la clave!

“En lo esencial, unidad; ante lo dudoso, libertad; y, en todo, caridad” escribe San Agustín. Fíjate que esta maravillosa frase termina con un enfático “en todo caridad” que, salvando matices filosóficos y teológicos, podríamos asimilar en la vida cotidiana con la generosidad.

¡Sí!, debemos ser generosos y caritativos, con nosotros mismos. Para observar nuestros fallos, no machacarnos y, sin angustiarnos, procurar mejorar. Pero, al mismo tiempo, hemos de ser generosos con el prójimo. Sobre todo, a la hora de comunicar.

No sólo se trata de cómo estoy yo sino de cómo está él, ella, el equipo, mis hijos, aquellos con los que me relaciono y con los que me comunico.

Cuando me comunico con alguien me entrego a ese alguien, abro parte de mi corazón a esa persona. Y, de una manera o de otra, procuro el encuentro personal. La otra persona, mediante la comunicación sincera se abre también y me entrega parte de su ser y de su corazón. Y en verdadero diálogo se produce el encuentro personal.

Por eso, la verdadera comunicación no es una mera transmisión de órdenes, ni una entrega de información. Es entrega generosa de la persona hacia el otro. Para ser capaces de cuestionarse mutuamente y aceptarse desde puntos de vista, a priori, diferentes. Y esto sólo puede alcanzarse mediante el encuentro personal transformador que sólo el amor provoca.

Lo iremos desarrollando en próximas entradas.

De momento, tras ver en esta publicación qué es comunicar, te dejo con una pregunta. ¿Comunicas o transmites? O, según lo que acabamos de ver… ¿transmites o amas?

Si crees que necesitas ayuda o mejorar tu comunicación, no dudes en contactar conmigo. ¡Me alegrará ayudarte!