Hace ya tiempo que quería dedicar un artículo a propósito de la inteligencia artificial y el ser humano. ¿Realmente está al (supuesto) servicio del hombre?.

Se trata de un asunto del que, en los últimos tiempos, no paramos de recibir novedades. Y que, se nos presenta como la panacea y remedio a buena parte de los males y problemas actuales que sufrimos.

Filosóficamente hablando, la inteligencia artificial no existe. Sé que es una afirmación rotunda. Y que, como tal, cualquier positivista científico tratará de refutarla.

Pero, la inteligencia artificial no es más que la inteligencia humana aplicada a procesos informáticos, a algoritmos matemáticos cada vez más complejos que requieren procesadores cada vez más potentes y sofisticados. La biotecnología, la nanotecnología, el blockchain, un avatar, el metaverso, no son sino construcciones propias de la inteligencia del ser humano. Eso sí, inteligencia aplicada.

Un ejemplo rupestre de inteligencia artificial

Una persona acude a un cajero de una entidad financiera diferente a la suya y trata de sacar una cantidad de dinero. La pantalla del cajero informa al usuario de que se produce un coste bancario. El usuario cancela la operación. Y, hasta aquí, nada raro.

El problema comienza cuando aparece un cargo bancario y el usuario sospecha, al mirar la cuenta, de que alguien que no es él ha sacado dinero. Para aclararlo, llama a su entidad bancaria, habla con un ser humano y se da la orden de bloqueo y emisión de una nueva tarjeta. Nada raro. Aún. Porque, a las 48 horas, el dinero había vuelto como por arte de magia a su cuenta. ¿Por qué se descontó y se volvió a abonar? Primer misterio tecnológico. Pero, eso sí, el dinero durante 24 o 48 horas estuvo en manos de una entidad financiera.

A las 72 horas llega una nueva tarjeta desactivada que el cliente tiene que activar. Para ello se le indica que puede hacerlo por Internet. La información es incorrecta, pues no se le ha informado de que por Internet puede realizar el proceso solo parcialmente. Ya que, al haberse emitido la tarjeta por un supuesto uso fraudulento, que no era tal, se tenía que solicitar un nuevo número PIN que la entidad bancaria envía al usuario. PIN que había que solicitar. Tampoco se informaba de esto.

Una vez llegado a este punto y con la tarjeta más el PIN, el usuario acude a un cajero físico. Para cambiar el PIN es necesario que se introduzca la tarjeta físicamente como medida de precaución. El usuario cambia, como es normal, el número PIN por otro que él recuerda mejor. Intenta sacar dinero y el cajero informa de que el saldo es insuficiente. El usuario procede a realizar una transferencia de una de sus cuentas a la otra, que es con la que opera esa tarjeta en la que ya hay saldo. Prosigue ahora, ya con el nuevo PIN, con la operación de retirada de dinero. Y en este punto el “inteligente cajero” retiene la tarjeta y el usuario se queda con cara de tonto y sin el medio de pago que acababa de recibir.

A partir de aquí el proceso continúa con una serie de llamadas en las que debe introducir primero un número, luego su DNI, luego confirmarlo con otro número y así “ad infinitum”. Si mientras esperas se te ocurre resoplar levemente el “inteligente” sistema te dice que no se ha podido comprobar la opción marcada. Cuando, al cabo de media hora, no menos, consigues hablar con una persona, ya con los nervios alterados, le explicas todo lo que ha ocurrido, y consigues que compruebe la situación, escuchas esta respuesta: “está todo en orden, caballero. Su tarjeta está activada. No obstante, como el cajero se la ha retirado, se produce automáticamente la orden de emitir una nueva tarjeta y tiene Vd. que esperar a que en cuatro días le llegue una nueva tarjeta y comenzar de nuevo el proceso de activación”. No hay otra.

Cuando llegue la nueva tarjeta, ¿volverá a ocurrir lo mismo? “No lo sé”, es la respuesta. ¿Por qué el cajero me ha retirado la tarjeta, además en sábado? Y aquí la respuesta nos da la pista de la “inteligencia artificial”: “Puede tratarse de un error del cajero. Lo siento”.

Así que, ante todo esto, yo me pregunto: ¿piensa un cajero?

Un problema de fondo

Es evidente que el cajero, su software, tiene un algoritmo matemático y un programa informático que hace que “piense” erróneamente que se ha tratado de un intento de sacar dinero fraudulentamente con esa tarjeta. Y, con las mismas, “decide” retirar la tarjeta de las manos de su titular.

Si esto es un ejemplo rupestre, primario y sencillo de la Inteligencia Artificial aplicada a mejorar la vida de una persona, que venga Dios y lo vea.

Ahora me pregunto, ¿qué será la inteligencia artificial aplicada a la movilidad, al vehículo autónomo o a la semaforización por no hablar de la biotecnología aplicada si bajo el pretexto de ayudar al ser humano se prescinde de hecho del mismo?

El problema de fondo, el que aquí se plantea, es que la máquina no piensa. Y si lo que hace es tratar de emular al cerebro del ser humano mediante complejos algoritmos que jamás, por mucho que se pretenda, va a llegar a tener sentimientos, o a tener la neuroplasticidad cerebral humana, se llega al absurdo propósito de dejar decisiones personales en manos de algoritmos. Que han sido diseñados por seres humanos para que traten de pensar y tomen decisiones pero prescindiendo del ser humano. Esto es una contradicción desde su propio origen.

Desglosemos un poco el problema en los siguientes puntos:

Inabarcabilidad

Quien ha diseñado el algoritmo, por mucho que se apoye en todo tipo de ciencias aplicadas, incluso en filósofos y lingüistas (lo que ya es un avance), no va a poder llegar a plasmar todas las situaciones a las que el ser humano tiene que hacer frente. Desde tomar decisiones sencillas hasta a educar a los hijos o convivir en familia estableciendo reglas y delegando tareas o tomando decisiones.

Moralidad

En segundo lugar, y mucho más importante, el algoritmo matemático, por complejo que sea, nunca podrá tomar decisiones morales, que es de lo que al final se trata. O, mejor dicho, quien sí va a tomar decisiones morales será quien diseñe o haya diseñado dicho algoritmo y su correspondiente software. O quien exija, a quien lo diseñe, que lo haga según sus propios postulados éticos y morales. Es decir, me pregunto: ¿estás dispuesto a que otro, y no tú, tome decisiones que afecten a la ética y moralidad de tus propios actos y, por ende, afecten a tu propia vida y a la de tu entorno, familia y seres queridos?

Responsabilidad

En tercer lugar, las máquinas y la tecnología fallan. Si con una inteligencia artificial aplicada a cuando, cómo y por qué un cajero decide por su cuenta jorobar a un cliente y dejarle sin su medio de pago en un fin de semana, ¿puedo fiarme de las “decisiones” que pueda adoptar un vehículo cuando algo falle? ¿Quién o quienes se van a responsabilizar ante cualquier accidente? ¿El fabricante, el usuario, ambos o ninguno? O algún positivista científico seguirá siendo tan soberbio que dirá como dicen que se dijo en la botadura del Titanic: “Este barco no hay quien lo hunda”. Porque no sé si el barco era tan insumergible como se creía, pero el primer iceberg con el que se encontró lo hizo rápidamente. 

Intimidad

Son ya numerosos los libros que se dedican a exponer lo que esta sociedad de la denominada “información” conlleva. Nuestros datos son comprados y vendidos como simple mercancía. Cada vez que aceptamos las condiciones de cualquier aplicación hacemos en el 99,99% de los casos, por no decir que en el 100%, una cesión de nuestra intimidad. Pero, ¿es la intimidad el único problema? O estamos hablando de poder y dominio. Dejo para otro artículo los problemas de la desvinculación y cancelación de quien se siente al margen o fuera del pensamiento dominante.

Y aquí estamos.

La inteligencia emocional y el ser humano

¿Es mala la ciencia aplicada? La respuesta es rotunda: evidentemente NO. El problema de fondo, el que subyace y cuestiona al ser humano (o debiera hacerlo) es: qué sociedad queremos construir, que mundo estamos legando a nuestros hijos y nietos. ¿Queremos de verdad aunar ciencia y tecnología con servicio al ser humano? O lo que nos planteamos es ¿cómo hacer más eficientes los procesos, alcanzar los objetivos empresariales con un menor número de recursos, sobre todo en forma de personas, rentabilizando resultados a costa del propio ser humano?

Acabo de poner un ejemplo muy sencillo y de actualidad. Si este error del cajero, que acabo de comentar afecta, como es el caso, a una persona avanzada en temas tecnológicos, acostumbrada a utilizar el “Internet de las cosas”, que incluso comienza a manejarse en temas de blockchain… ¿qué ocurre con quien no es nativo digital? ¿Qué pasa con esa parte de la sociedad que carece de las herramientas necesarias para manejarse en el “metaverso”?

Una vez me dijo una persona de gran y vasta cultura, había sido Director de Cultura de una Comunidad Autónoma cuando la Cultura aún se ponía en valor: “lee a los clásicos”, me señaló. ¿Por qué me lo dijo? Porque la vida, añado yo, no está para perder el tiempo sino para hacer el bien. Y los clásicos, aquellos que han escrito libros que trascienden las modas, los tópicos y los siglos, pensaron, se cuestionaron y trataron de dar respuestas a las grandes preguntas del ser humano: ¿quien soy, qué hago aquí, cuáles son mis pasiones, son éstas buenas o malas, cómo me afecta esto a mí y a aquellos que me rodean, qué pasa con mi prójimo, cuando y por qué o por quien estaría dispuesto a dar y ofrecer mi vida?

Es la pregunta del PARA QUÉ. Esa que hoy muchos no se plantean ni desean hacerlo. Séneca, Platón Aristóteles, Tomas de Aquino, Erasmo de Rotterdam, Tomas Moro y tantos otros se hicieron preguntas y reflexionaron sobre cuestionen que van más allá del tiempo y de las modas y que afectan SIEMPRE al ser humano.

 Es evidente que hay decisiones complejas que una máquina o un robot pueden resolver mucho más rápidamente que el cerebro humano. Nadie discute eso. Desde luego, yo no. Lo de los “call center” automatizados y “maquinizados” es, no sólo discutible sino detestable. Y, desde luego, una buena manera de ir perdiendo clientes, básicamente por la deshumanización que provocan.

Ahora bien, las decisiones éticas, las disyuntivas morales y las respuestas que demos a las mismas, incluso en términos de compromiso personal, o las resolvemos tú y yo o no habremos avanzado nada desde la Prehistoria. Por mucha ciencia aplicada, por muchos algoritmos matemáticos o por mucha robotización distópica futurista que tengamos a nuestro alcance.

Y tú, ¿qué opinas acerca de este tema? Ya sabes que siempre me gusta escucharte. Y, además, desde aquí puedes consultarme cualquier duda. ¡Seguimos en contacto!